jueves, 10 de enero de 2013

De los fines del mundo

Que algunos sabios del pasado predecían que al terminar cierto cálculo que por técnicas antiguas habría durado miles de años el mundo se iba a acabar, decían. Y fueron éstos por negocio puro a agilizarles el cálculo, escépticos de que así lo fuera. Huyeron antes de que el cálculo acabara, por temor a que al terminar éste no fuera a pasar nada sino lo de costumbre... Y que en su huida, en el momento en el que ellos mismos creyeron que habría terminado el cálculo, vieron apagarse una a una las estrellas...
Qué maravilla, las historias que cuentan el fin del mundo para los que aún no lo han vivido, como si importara el fin después del fin.

viernes, 20 de enero de 2012

otra pa josealfredo

Decidió apartarse de todas las chingaderas que le envenenaron las arterias de sangre nueva y se fué de hermitaño a fermentar en su cuerpo sus propias memorias y despidió a causa de esto un aroma de vida añeja aún en la plenitud de su existencia y muchos como él pero menos meritorios vinieron a morar en su cercanía y lo siguieron a dondequiera que fuera y de hermitaño no le quedó más que la intención, porque tenía todo un pueblo de ellos pululando a sus alrededores y dijo al final, a una casi como él, sin más intenciones de quedarse entre ellos como las que tuvo al principio "¿pos no ves que me estoy muriendo, cabrona?".

viernes, 16 de diciembre de 2011

La Playa del Borrego

Aquella vez nos estaba cargando La Borrega en la playa de san Blas y, después de que nos salvaron de ahogarnos y nos pidieron que comentáramos sobre nuestra procedencia y el trabajo del salvavidas, nos dio vergüenza decir que eramos de Tepic y dijimos que eramos de Guanajuato y que no habíamos visto nunca el mar y que el susto no había sido tanto porque allá todos sabíamos que la vida no vale nada.

domingo, 4 de diciembre de 2011

La lluvia y todos los demás

Definitivamente no estaba listo para ver llover. Iba pensando en que se le iban las nostalgias de tiempos pasados y ya ni eso era capaz de producir la más mínima chispa de añoranza.
Parecía que la vida se ocupaba de llenar con el presente lo que tanto buscaba en el pasado y ese sentimiento no era cómodo en absoluto, porque perdía entonces la necesidad de recordar. Pero ese día iba caminando, justo mientras caía en la cuenta de que ya casi no se dedicaba a observar las imágenes de tiempos anteriores, se le vino la impresión de la lluvia del verano pasado de manera violenta y encima de todos los sentidos, atacando todos los tiempos verbales que podía conjugar y dejándolo, a pesar de todo, sin la posibilidad de articular palabar ninguna. Abrió la boca para expresar la hermosura del momento, pero no pudo hacer más que respirar una sola vez de manera apresurada y cayó de pronto en la cuenta de que era suspirar lo que estaba haciendo y que las memorias se encadenaban de manera tal que invocaban a la lluvia y que una vez que cayera la primera gota encima de su piel, sería verdaderamente un milagro si pudiera seguir recordando cualquier cosa, porque el vaivén de la sensación de estar viviendo aquí y ahora y allá entonces era tan brusco que daba la impresión de que el tiempo entero podía meterse y resumirse dentro de el instante mismo que estaba viviendo, aunque no pudiera precisar su ubicación. Pero a pesar del color oscuro de las nubes, no cayó ni una sola gota encima de él hasta que llegó al centro mismo del remolino de su pensamiento, donde se ubicaba la justificación auténtica del propósito de su vida, sin velos y sin disfraces, y desde donde se vertía en todos los sentidos las impresiones aleatorias que acababa cada quien por recibir.
Se dió cuenta entonces, justo antes de que tocara la gota de lluvia su antebrazo, que todos los demás existían en tanto él creía que lo hacían, que los recuerdos eran un lugar complicado del espacio y que era voluntario irse a habitar en ellos, pero que si se elegía hacerlo, se adquiría también la imposibilidad de saber que era éso lo que se estaba haciendo. Que cualquier momento era actual, sin importar si había ocurrido ya o si no ocurrría aún. Y que la lluvia no se compone de agua sino de las lágrimas de toda la gente que se sabe incomprendida y que no tienen otra opción, sino subir y bajar indefinidamente hasta el fin del ciclo del agua, porque la estupidez no es un síntoma que pueda curarse y la falta de entendimiento no se acaba mientras existan conciencias distintas.

lunes, 28 de noviembre de 2011

La liebre y la tortuga.

Cuando me enseñaron la fábula de la liebre y la tortuga no me dijeron cuál era la moraleja. siempre pensé que se enfocaba en la deshonestidad de la tortuga, en la competencia desleal, en la alevosía... ahora me entero que se trata de algo más cotidiano: el respeto al sueño de cualquiera (putos zancudos: lean y aprendan).

jueves, 10 de noviembre de 2011

Dicotomías de esencia.

De moverse hacia donde aumente la comodidad ha de consistir la vida, desde que empieza hasta que termina. De aguantarse la vejez hasta que deje de ser su incomodidad tolerable, ha de tratarse la muerte.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Las aguas preciosas.

El amor comenzó y terminó la vez en que fueron a nadar juntos a la playa donde se descubrió la suerte en su estado más pobre: una variedad de perlas que habitaban dentro de las conchas fosforescentes que se ocultaban en las raíces del arrecife. Los que poblaban los alrededores ignoraban todavía que las aguas eran engañosas a causa de las perlas que eran en efecto una expresión pobre del placer, pero las consumían y opinaban que era la expresión máxima de éste porque no sabían mentir, y también porque las habían extraído de escasa profundidad.

Aquél día salió ella del agua porque le había sobrado ya algo de sol en la piel y decidó él quedarse porque comenzaba a sentir en los pies el cosquilleo insólito de los agrados que existen sólo en la imaginación de los hombres, pero que venía de una corriente imprevista que ascendía desde el fondo del arrecife. Fue así que mientras ella salía batiendo las piernas por encima del agua, se confundió él con la manera de alcanzar la satisfacción a la que le urgían sus entrañas y en vez de nadar a toda prisa y encontrarla en la orilla, saliendo apenas, le dió por sumergirse sin pensarlo ni media vez, y empezó a sentir la fosforescencia que emanaba el interior de las conchas que poblaban la región donde se une el incipiente talud con la sabrosura de la vida, en el vértice donde convergen las corrientes, las ideas, los deseos y la espuma; ahí de donde son originarios los sueños.

Y ocurrió que comenzó a hallar el delirio multisensorial al hundirse en las aguas perfumadas de la bahía y no pensó nunca en detener la inmersión. El placer parecía entrar por efecto de la presión en sus poros y cada brazada lo aumentaba y cada brazada disminúia a su vez la cantidad de oxígeno que quedaba dentro de sus venas, pero la diferencia de las intensidades de los placeres ganados y perdidos seguía siendo todavía mucho más que nada. Y así, por lo tanto, siguió sumergiéndose en las aguas engañosas de la bahía que se nutrían de las mentes de los que habían perdido ahí la vida, a manos de la belleza estúpidamente creciente de un agua que comenzó siendo por azares de la creación, siendo simple e increíblemente translúcida y con tonos ligeramente añiles se fue destiñendo de color, pero ganando luminiscencia desde el día en que un pez tonto se ensartó un pedazo de coral en el ojo, y desde entonces nació -aunque tonta- la inteligencia y no hizo más que crecer a base del buen gusto que tenían las aguas de la bahía. Ellas lo sabían: ella volvería nadando a buscarlo.

martes, 8 de noviembre de 2011

Divergencias.

-...es que hay cosas que hacen daño y no duelen... - No seas pendejo -le interrumpió.
-Y hay cosas que duelen y no hacen daño -quiso terminar, pero a mitad de la palabra 'hacen' le interrumpió de nuevo y por última vez con dos chingadazos.
-No seas puto -le dijo- y se fue.

viernes, 21 de octubre de 2011

Horizontal.

Las superficies horizontales son una tentación irresistible. Siempre están invitándonos a iniciar el desorden. Siempre están recordándonos que, a fin de cuentas, ahí es donde terminan las cosas.

martes, 26 de abril de 2011

Dueña del paisaje

Sentada al borde del estanque era dueña de todo lo que miraba. Fue así como supo él que lo había mirado aunque fuera un momento y sin prestarle atención. Parecía que era ella la única capaz de mirar en todo el mundo, y miraba además dentro de él... Tenía ella alguna característica que hacía recaer en sus hombros la atención de todos sus alrededores.
Nunca se sintió una protagonista. De hecho en el momento mismo en el que se cruzaron sus miradas, pensaba ella que era sólo parte del paisaje que miraba él y no tardó en desenfocarse a causa de la inexplicable vergüenza, ignorante de que marcaba con hirviente profundidad todo lo que miraba, de que el paisaje le pertenecía como consecuencia de esta rara propiedad y de que tenía ya cuanto podría llegar a querer por el hecho solo de estar sentada y con los ojos abiertos ahí, solita al borde del estanque.

martes, 12 de abril de 2011

y otra vez...

De practiquísima y ecológica escuela, Maruja daba por sentado sin dar lugar a objeciones que, si bien podrían ser ciertos los consuelos del tipo "no, Maru... ese imbécil no merece tus lágrimas" que le ofrecían sus sus amigas, una vez derramadas éstas, el menor de los errores consecutivos era no ir directamente a buscar un imbécil nuevo. Consecuentemente, se defendía, según su propia impresión, con solemnidad ortodoxa: 'Reciclar es enamorarse otra vez de la misma persona'...

sábado, 19 de febrero de 2011

Y nos reíamos.

El elixir no tenía materia. Pasaba por nosotros con la mayor ligereza, tan veloz como los recuerdos a los que no atribuimos importancia alguna. Pero estaba en todas partes, el elixir. Me parece que sabíamos todos de dónde venía, pero nos negábamos a comentarlo por miedo a que alterara su curso. Me parece que en realidad no sabíamos nada.
Estaba en todas partes, eso sí; pero entonces no podíamos notarlo con claridad. ¿Cuántas cosas hay que están en todas partes? Son incontables -decíamos y seguimos diciendo- y proponíamos variados candidatos: que las piedras, que el aire, que los corazones, que las presencias...
Sufríamos la huella atroz del presente. Estabamos mirando changos con trinchete y nos importaba poco porque no tenían materia, como el elixir... Alguna propiedad misteriosa ha de tener ese elixir, además de la extraordinaria excepcionalidad de no tener materia, que hace daño y provoca risas.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Y creían que era amor

Antes de que cortaran las comunicaciones acostumbraban retozar en la cama, en noches de horas larguísimas en las que saciaban el hambre devorándose la piel. Antes de cortar la comunicación no se engañaban entre ellos todavía, sino sólo a sí mismos, creyéndose de veras que las nubes eran producto de la violencia de su aliento. En noches tales, reafirmaban su condición de cuadrúpedos los muebles de la casa, esbozando la vida en latidos secos y chillidos gatunos que nacían por obra del vaivén de las caderas de ellos.
Antes de revolverlos otra vez el destino en una pasión explosiva y condenatoria, los dejó que anduvieran cada uno por su lado durante década y media. No es que se dejaran llevar por la corriente, porque durante un tiempo lograron resistir las llamadas concupiscentes de sus ojos y el veneno enmielado de sus voces, pero las fuerzas no les duraron demasiado. En medio del éxtasis profundo que ocasionaba su cercanía, marcaron todos los gemidos que salían de sus gargantas con sus nombres e involucraron todos sus poros en el intercambio de algo que desconocían y creían que era amor.
La fiebre pasó a los dos inviernos y los muebles de la casa fueron quedándose mudos sin que ellos lo notaran. Les tomó otros dos inviernos darse cuenta de que estaban condenados, porque se dieron cuenta por medio de la experimentación que sus sudores eran ya uno solo y que todas las noches por venir se sobrepoblaban con un nombre que se ya había vuelto inasible. Todas las noches del mundo, si no eran de ambos, no eran de nadie.

martes, 5 de octubre de 2010

Creo...

Creo que alcancé a ver tu sombra escurrirse bajo la rendija de luz que queda al filo de la puerta. No siento que hubiera forma de alcanzarla porque el tiempo se encogió en el instante y se extendió en el recuerdo. Creo que tus ojos no habrían sido visibles ni aunque los hubiera tenido en frente. Creo que ya ni tus labios podían igualar el tumulto sordo que se desprendía del desasosiego de tus pasos. Creo que no había sonidos y que no había colores. Creo que no eran mis piernas ni mis manos las que estuvieron tan entumidas como para no poder alcanzarte; creo que era el pensamiento, que empezó a congelarse desde entonces.
Creo sinceramente que me quedé a habitar la imagen estática de tu compañía. Creo que, en el mejor de los casos, deambulo cíclicamente en intervalos cortísimos de tiempos que nos pertenecieron a los dos. Creo que soy incapaz de resumirte porque no he terminado contigo. Creo que sigo sin poder capturar la belleza a primera vista.
Creo que me he desprendido de mi equipaje. Creo que he perdido el abrigo y que arriba se desvanece el techo y da lugar al cielo. Creo sentir la brisa que disuelve tu presencia. Creo que estoy clavado al suelo y que esto es la intemperie.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Soñé en púrpura

Soñé purpúreo otra vez. Dormí sin pensar que me engañaba, porque hacía meses que me había acostumbrado a la idea. Si uno estuviera dispuesto de veras a engañarse tendría que hacerlo bien -pensé esa vez- olvidando hasta el momento en que uno lo decidió. Supongo que lo hice así, porque juro que no recordaba el principio.
Comenzó como hace años, dejando sentir el abrazo del espíritu de una cama querida pero ajena y sintiendo la vida desarrollarse en las habitaciones contiguas. Lo invariante era el desinterés en todo lo que no fuera el sudor que trae la fiebre de extrañar a alguien.
Balanceándome entre la inconciencia y tu recuerdo volví a ver tus encajes violeta y todo el sueño fueron paisajes nocturnos.
Naufragué otra vez en las corrientes de tu pecho y tú, que tienes la propiedad de evaporarte con más facilidad en sueños, te volviste malvada, hada de la noche, y fuiste metiéndote dentro de todos mis poros.
En mi cabeza no había nada más que tus encajes violeta y tu cuerpo entero estaba cada una de mis manos y en tu lengua, nuestra historia como una vereda. Tu piel estaba en llamas porque afuera había relámpagos con luna llena y adentro de ti estaba yo y ahora estaba también alrededor tuyo y estaban tus caderas espolvoreándome entero de tu escencia violeta y acabé con los labios amoratados y entendí que la intención perpetua de las ceniza había sido siempre ser púrpura, pero que no había logrado ganarse el derecho a diseminar por el mundo la incompletitud de la que están hechos los misterios, porque esa era ya tarea de la combinación prodigiosa de tus besos y tu mirada.
Desperté en medio de la noche con cenizas en las manos y tu recuerdo en las papilas. Era tu ausencia la única certeza y quise alcanzarte otra vez en sueños, pero en el viento se sentía la quietud que le seguía a tu silencio y no pude ya volver a dormir.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Sin ataduras.

Sin experimentar ningun sentido de pertenencia, sin establecer ligaduras que gangrenen; incondicional y unilateralmente, amar; no amarrar.

martes, 24 de agosto de 2010

Si te vas

Si te vas, haz el favor de envolver los recuerdos que tienes conmigo, llevártelos y no abrirlos.
Si me voy yo, ocúpate por favor de envolverlos de la misma manera y enterrarlos.
Si nos vamos los dos, concédeme el placer de dispersarlos debajo del colchón, para que todas las historias que tuvimos sin ataduras se evaporen al calor de otros cuerpos, aunque quizá luego sea uno de ellos el tuyo.

lunes, 23 de agosto de 2010

Ahí tienes

Ahi, perdido el miedo,
tienes toda la vida
a mi corazón durmiendo
prendido a tu cintura.

martes, 17 de agosto de 2010

Vámonos

Las ganas de escapar, el futuro entero, desde el comienzo del tiempo, cabían en una botella de oporto.
Nosotros nos saboreamos mientras duró la oscuridad. No paramos de aprehendernos con la piel, de engancharnos con la lengua, de jugar a aislarnos de todo lo demás.
Compartimos la última gota de vino en tus labios antes de rendirnos al sueño.
Despertamos dos horas después dentro de una cajita de música, con el sol que entraba sin filtrarse en nuestras pupilas y con la ilusión en los tobillos, porque llegó la luz a enseñarnos que las noches nuestras, no por rebosar de magia se vuelven menos esporádicas y que, por eso, vienen seguidas invariantemente de un amanecer tan colmado de angustia que la derrama y de la más soporífera de las desesperanzas.

domingo, 8 de agosto de 2010

Entomólogo II (de cómo me encontraron)

No todo el tiempo fui un insecticida. Después de la segunda infancia decidí asumir una actitud más bien pacífica hacia los insectos. Me asustaban tanto los reptiles que ninguna ambición tenía por temer. Y entrado en la adolescencia aprendí algunas de las ventajas de la muerte y supe que no tendría ninguna escapatoria si los insectos decidieran alguna vez atacarme. La clave era que, al vivir menos tiempo, evolucionaban más a prisa.
Toda la vida he sido un cabeza dura. Dura como el caparazón de los escarabajos. Llegué a creerme inmune a sus ataques por estar compuesto de la misma materia primitiva, pero ellos no parecieron reconocer esta similitud como un lazo familiar; tampoco lo hicieron cuando traté de explicarles que las células que nos formaban eran similares. Aunque nunca me atacaron todos al mismo tiempo, nunca me creí que fuera por una cuestión de debilidad propia de los invertebrados, ni de la intimidación que yo podría provocarles. Sospechaba, aunque no la reconociera, una suerte de guerra de desgaste en todos sus movimientos.
Hasta antes de que el alacrán me encontrara siempre me jacté de lograr correr más a prisa de lo que los insectos podían perseguirme. Me mudé en varias ocasiones y tan seguro me sentí que cometí un descuido: una noche que había sido mágica acabó siendo inconcientemente devastadora. Tuve la mala fortuna de inundar un nido de arañas y que sobrevivieran algunas. Me siguieron a mi casa.

Entomólgo I (de cómo descubrí a los insectos)

Yo tenía un pabellón amarillo y un guardián que mataba a los insectos. Nadie que no fuera mi propia persona entraba al pabellón: entrar sin ser yo estaba penado con la muerte súbita que causaba el guardián de mi pabellón.
Mi pabellón cedió ante los años y los ataques de los insectos. Pronto comenzaron a entrar mientras mi guardián dormía y mientras dormía yo también. Fueron listos: se metieron en mis sueños.
Mi primera pesadilla fué una araña que se agregaba patas cortándome los dedos. La segunda fue estar colgado de una telaraña que cedía ante la gravedad hirviente del infierno.
En el cumpleaños sexto de mi existencia decidí, de manera inconciente, internarme en sus debilidades. Descubrí así que no tenían esqueleto y que mi guardián no era el único que podía matarlos con las palmas. Me convertí, durante el próximo año, en un asesino de insectos sin alas.
Habrán clamado por ayuda, me imagino. La primera vez que fui gravemente atacado por un insecto con alas fue vergonzosa: la abeja estaba tendida sobre la arenita de una playa que no merece remembranza; tendida e invisible y muerta... y yo la pisé.
Tuve algunos otros encuentros desafortunados en los años posteriores y fui emprendiendo lentamente la retirada.
Sobreentendí que me habían perdonado.

Entomólgo final (de cómo murieron los insectos)

En la madrugada de los insectos, el lago quedó seco porque dentro de él se arremolinaban millares de flagelados que se afanaban en romper la capa de alas que cubría la suberficie. Querían ver la luz. No llegaron a enterarse de que aquello que los sepultaba era el lecho donde caían en espiral los cadáveres de suspadres luego de haberse quemado por haber volado demasiado cerca de la luz.
Siguió a esto el más silencioso de los amaneceres, porque no hubo más zumbidos y hasta los pájaros callaron ante la desesperanza del hambre futura. Entonces estuviste por fin tranquila y te echaste a dormir con un brazo cubriéndote los ojos, ignorando la inminente proximidad de la sed, extasiada por el bendito y súbito silencio, cuyo mayor prodigio fue espantar el insomnio y abrir ante ti la puerta del mundo de los sueños.
¿Qué ibas tú a saber que el bendito silencio y la profana sepultura de lo que murió en el lago iba a matar al mundo entero? Tu cerraste la puerta tras de ti y tampoco llegaste enterarte que no iba a volver a abrirse: para ti ni para nadie; para entrar o para salir.

lunes, 2 de agosto de 2010

El día que volví a Cabo Esperanza las cosas estaban todas iguales que antes. El cielo del mismo azul resplandeciente, profundo y tropical, a pesar de la altura, incapaz de dañar a nadie. La diferencia única de hoy y antes es que en todas partes existe tu cara. En todas las imágenes se filtra tu sonrisa y en todos los labios se adivinan los tuyos.
Las faldas del verano mostraban tus piernas y yo presentía tu sexo debajo de ellas. No eras tu. Yo lo supe.

viernes, 23 de julio de 2010

Entomólgo VI (de cómo se dispersaron las mariposas)

La mañana siguiente a la noche en que maté a la mariposa negra llegaron otras dos. Uno nunca las escucha llegar. Vienen del humo de las fábricas, creo yo, y creo que las nubes de las tormentas están formadas de mariposas negras.
El asco de todo el mundo se concentra en unas pocas cosas, creo yo; pero hay quienes creen que va de gustos a gustos y yo nunca he estado conforme, o he estado conforme muy a mi pesar de que ellos tengan razón. El pesar produce asco también, pero de eso uno no se da cuenta hasta que llega a arremeter contra tus ventanas una tormenta de mariposas negras.
La noche de la víspera de la tormenta yo peleé a muerte con esas dos que llegaron después de que maté a la primera. Ellas colmaban el aire de su presencia nauseabunda y yo las golpeaba con un periódico viejo mientras me cubría la cabeza de la pobredumbre en polvo que dispersaban con sus alas. Pueden ser grandes, las mariposas negras. Esa noche no habían crecido todo lo que podían, pero cuando llegó la tormenta había miles de ellas y de todos los tamaños. Yo no sabía que por cada mariposa muerta se gestaban dos alacranes y otras cuatro mariposas que llovían en los lugares más desafortunados del mundo. En medio de la desesperación, en medio de un abrazo asqueroso de mariposa negra, de una tan grande como mi cama, abrí mi navaja, cerré las ventanas e incendié mi casa. Destacé a la mariposa que me abrazaba y dormí a salvo de cualquier llovizna bajo el tunel de Santa Fe. Tampoco sabía en ese tiempo que las mariposas negras no eran en realidad el diablo en persona y que en realidad habían tenido la mala suerte de nacer negras y asquerosas. Yo las mataba por oficio, en defensa de la propia comodidad.
Al último verano de mi estancia en las tierras limítrofes del trópico siguieron tiempos mejores. Tierras mejores, para ser exactos: áridas. Renegaba por la espinosa vegetación pero bendecía la escacez de los insectos.
Una tarde amarilla, en un parpadeo, llegó la reina ultrajada de las mariposas a hacer las paces conmigo. Se posó majestuosa sobre mi taza de café y yo, furibundo a causa del recuerdo del asco, la maté sin ver el dorso de sus alas y sin saber que era monarca.

jueves, 20 de mayo de 2010

Bailando a contraluz

Hay una costa secreta poco antes de llegar a las islitas. Yo se que la has visto en los días en los que el agua es entre turquesa y transparente, pero dudo que la hayas visto al finalizar el segundo atardecer del día, porque también el segundo atardecer y las carreteras que llevan a él, están ocultos tras de una rendija brevísima de tiempo. Me gustaría llevarte un día, pero te rompería el corazón ver la costa manchada de petróleo.
Me gustaría llevarte, pero ciertamente te quedarías hueca en los latidos cuando vieras las palmeras incendiarse y teñir de rojo el escenario de tus sueños. Seguro que te quedarías clausurada en el placer de respirar cuando vieras las cosas deformarse como se deforman al ras de la arena del desierto o al filo de las llamas. Me encantaría que tomaras conciencia de la artificialidad de la destrucción de la costa que se oculta tras la rendija breve del tiempo que existe al final del primer atardecer, pues de acuerdo a lo que yo vi, el incendio entero es un juego de iluminación, el derroche de la utilería más fina para sumarle intensidad al resplandor del sol que roza el mar; pero no creo que te fuera posible hacerlo, porque lo que yo vi después de reponerme del susto primero fue tu silueta bailando desnuda, adivino, sumida en el trance a contraluz desde cualquier ángulo en que se mirara, comiéndose la claridad que llegaba de todas direcciones y, cualquiera que fuera el aumento en la candela del sol o del incendio, resultaba insuficiente ante el hambre permanente de la voluptuosidad de tu danza, que opacaba todos los alrededores y mantenía en secreto el lugar, quizás, hasta de tu mirada.

lunes, 10 de mayo de 2010

En la cima del mundo.

Dentro del nimbostrato todas las Marías son Magdalenas, todos los nombres hacen referencia al centro de la lluvia y el lenguaje es innecesario, o al menos invisible.
Dos kilómetros y medio debajo de la nube, todas las cosas empiezan a separarse y se vuelve evidente que la luz viene de un único sitio, típicamente lejano. Los cimientos de la Torre de Babel son de agua y las precipitaciones van dando lugar a sus múltiples pisos. Cuanto más cerca del suelo, más vertiginoso resulta poner los pies sobre ellos y más difícil se vuelve comunicarse. Fuera de la nube, la fantasía se llama locura y la mujer se llama de cualquier forma, pero no Magdalena, porque Magdalena cayó subiendo por la Torre y se detuvo aterrorizada a dos centímetros del suelo y vivió desde entonces levitando, con la fe indestructible de experimentar la mayor cantidad de placeres primitivos para purificar primero el alma y llevarse el cuerpo al cielo después. Pero tan pantanoso era el fondo de su fe, que el oxígeno que la elevaba al nimbostrato se gastaba de inmediato en suspiros, y decidió entonces Magdalena renunciar al cuerpo y llamarse niebla, privando a cualquier mujer de la posibilidad de llamarse como ella y confirmando que la gravedad sólo jala a las cosas por el peso su nombre.

sábado, 17 de abril de 2010

El génesis

I
Al principio era simple y llanamente la noche. Antes de que fueran las estrellas y antes de que fueran las constelaciones y antes de que existierala conciencia de fraternidad sideral, era sólo la fría, oscura y nublada noche. Polvo en todas partes, volando antes de que existiera el verbo volar y antes del viento a través del cual puede volarse; polvo en la mirada, polvo en todos los huecos, polvo arruinando hasta la invisibilidad de las telarañas, polvo en el alma, como si se hubiera nacido ya viejo, polvo en la piel, sólo y puro polvo había sembrado en el sitio que debía de ocupar el alma... Estaba el polvo regado por todas partes y la llegada de la luz no hizo más que revelarlo. Nacieron con la luz fragmentos brillantes de miedo atados a los trazos fosforescentes que habitan en la mitad de los párpados. Y cuando cansose la noche de ser, se deshizo.

II
En medio de las estrellas y la aridez del desierto el mundo mantiene la simpleza. Nada más complejo que cientos de almas adolescentes habita el aire. Lo surcan veloces, para no toparse las unas con las otras, porque el mundo está empezando, porque se está inventando el espacio y su propósito es ponerlo de por medio tantas veces como sea posible.
Algún automática alma malvada debe estar revisando nuestras palabras a cada momento. Algunas manos despiadadas deben estar tejiendo ya sus nociones primitivas de equilibrio e inventando contrapesos que inmovilicen las intenciones viajeras con las que alimenta la juventud de nuestros tiempos las imaginaciones nuestras.

III
En la apariente quietud que se desprende de la cotidianeidad, las estrellas van y vienen con frecuencia predecible. Hace ya un tiempo que dejaron de existir en secreto y ahora urgen a que se les preste la debida atención. Para hacerlo jalan uno que otro cabello, tocan una que otra sensible costilla, pero no lastiman, aún no lastiman.

IV
Es la modernidad, esto de la era cenozoica. ¿Quién puede decir si los dinosaurios sufrían de amores, si no mi novia la cocodrila? Yo me siento todas las noches en la azotea a mirar las estrellas y rogarles que me conduzcan al pantano de sus fauces, pero las estrellas ya se han vuelto orgullosas y no me respetan por lo que soy, porque no se dan cuenta que también yo existo desde antes. Las estrellas son recordatorios de ciertos pinchazos que, por alguna razón, sacuden el alma.

lunes, 22 de marzo de 2010

Al diablo...

Green se levantó de malas la tarde que le siguió a la noche que estuvo despierta, pero sola, hasta la mañana. Tenía la impresión de haberse despertado con un demonio debajo de las sábanas. No, tenía al demonio debajo de las sábanas, calentándole la piel con ideas que invitan a arruinar aún más el día. Del color del diablo tenía los ojos y del clima árido del infierno la garganta, pero despreció el vaso con agua que tenía en el buró, alcanzó un trozo verde de prado, le prendió fuego y se fue viajando con la misma lentitud con la que se hundía en sus almohadas.
Green no sospechó nunca que los colores se dejaran pervertir por las imágenes que se prohibía ella recordar, pero esa tarde supo que era posible. A medida que el sol se ponía débil en las ventanas, se dibujaba la escena frente a sus ojos con una nitidez nauseabunda. Ahí estaba él, diciéndole a la güera cosas que ella podía sólo adivinar, porque su malvibrosidad, como ella le llamaba, nunca la animó a aprender el idioma, excepto por esas palabras punzocortantes que uno aprende a reconocer demasiado pronto, ignorando todavía que son de doble filo, dependiendo de a quién se dirijan. Pues fue obra del diablo y también de esas palabras que la escena perdiera la ternura, que era ya de por sí inaceptable (por nociones de monogamia y propiedad) y se tornara... cálida, repleta de toqueteos ensalivados y gandallas.
Green comenzó a incomodarse. No era que se sintiera ofendida o celosa. Era que sentía dentro una ola de enojo que crecía con rapidez, y sabía que toda la rabia iba en contra suya y comenzó a reclamarse entre volutas de humo mientras el diablo la miraba todavía, sumergido en sus propias volutas, calentándole el abdomen con su aliento. Que más que amarlo lo repelía, que dónde estaba entonces la razón para incomodarse, que sí, que ya sabía que no eran celos, que más bien era no entender qué chingados estaba haciendo ahí, que ahora eran más las ganas de vengarse, aunque no supiera de qué, pero ya estaba sospechando que a él sí le iba a doler, que estaba otra vez en las deplorables condiciones de irse con el primero que pasara, nomás para dejar claro que cualquiera valía más que él, o que quizá era más bien como la vez anterior que tuvo ganas de irse con cualquiera, cuando lo hizo nomás por no perder los ánimos de mantenerse viva... Y al llegar a ese presentimiento, paró. Hubo de pronto un silencio en su cabeza y después un hueco más doloroso que el silencio, porque en medio de esos dos instantes fue víctima de la tristeza más grande del mundo y Green, que en el fondo siempre fue pura, expulsó una lágrima tan fría que apagó al diablo y al infierno enteros y se quedó vacía después; vacía de pureza y de llanto, vacía ya de toda intención de venganza, de toda pena que guardara relación con el amor. Volvió del viaje con los ojos en ningún sitio y un balbuceo redundante y también hueco que decía: los hombres son unos pendejos; y cualquiera que la mirara, juraría que estaba triste de verdad.

viernes, 26 de febrero de 2010

Indios con headset, pero al fin, indios.

De acuerdo al sitio web de la compañía “Hispanic Teleservices Corporation” (HTC), este “call center” fue creado en 1999 para proporcionar atención de calidad inigualable a los clientes hispanohablantes de ciertas compañías norteamericanas. De acuerdo al mismo sitio, la moral de HTC está fundada sobre cinco valores, los cuales listo a continuación, citando de la manera más fiel que mis habilidades para traducir del inglés me permiten:

• Acero. Integridad: Haz siempre lo correcto. Esta es la única manera de lograr relaciones de larga duración con nuestros clientes y con la gente que te rodea. Este es nuestro valor más importante.
• Fuego. Pasión: Dar siempre lo mejor de ti y disfrutar haciéndolo es tu ardiente deseo. La pasión es lo que marca la diferencia entre sólo tomar una llamada y lograr con ella una experiencia memorable en la persona que llama. La pasión es la diferencia que existe entre hacer un buen trabajo y un gran trabajo
• Tierra. Confianza: Cuando un problema surja, pregúntate primero: ¿Qué puedo hacer para marcar la diferencia? Si te comprometes a algo, hazlo. La confianza nace de hacerse responsable de los propios actos. Cuanta más confianza generemos con nuestros clientes y con nuestros compañeros, tanto más crecerá HTC.
• Agua. Cambio: Nuestro negocio se caracteriza por el cambio constante. Sólo aquellos que lo aborden tendrán éxito. En HTC no solo recibimos al cambio con los brazos abiertos, sino que, para lograr una mejor conexión con nuestros clientes, también lo proponemos.
• Aire. Inspiración: Somos gente inspirando gente. Tenemos suerte de estar en una empresa donde podemos influenciar la vida de tanas personas. Inspira a otros en HTC, inspira a los clientes en cada interacción y busca siempre las pequeñas maneras de ser inspirado por ellos. Cuanto más lo hagas, tanto más fácil, mejor y más agradable será tu trabajo.

Después de casi diez años de existencia, HTC ha cambiado. Ya no se dedica solamente a atender a los clientes de origen hispano, sino que proporciona una atención bilingüe que va volviéndose más angloparlante que hispanohablante. Con casi total seguridad esto se debe a que “recibir al cambio con los brazos abiertos” llevó, en noviembre de 2007, a HTC a ser absorbida por otra compañía más grande del mismo ramo: “Teleperformance”. Al perder la soberanía por tanto abrir los brazos, HTC fue haciéndose de clientes más importantes, pero fue sometiéndose no sólo a la voluntad de la compañía de la cuál es ahora subsidiaria, sino también a la rigidez de las regulaciones necesarias para atender estos clientes y a la pérdida de la flexibilidad que aparentemente sufren todos los organismos terrestres cuando crecen. Sin embargo, son los efectos, y no las causas de este cambio, los que interesan en el desarrollo de este texto.

Los valores de HTC, tan pobremente definidos y tan inconsistentes como conjunto, constituyen un terreno propicio para expresar algunas de las características denigratorias de nuestra mexicanidad: basta tomar el valor de “cambio” para hacer lo que se guste con el de “integridad”. No obstante, de nuevo, no es el objetivo de este texto probar la inconsistencia de los valores de HTC, sino observar cómo se combinan para lograr la alegoría perfecta del peón que le salva las tierras al patrón y recibe a cambio unas palmaditas en el hombro y medio vale para canjear en la tienda de raya.

Para no perderse en las nubes, aterrizar es una buena costumbre. Uno de los clientes de HTC es una de las compañías proveedoras de servicios televisivos, de internet de banda ancha y de telefonía digital más grandes de Estados Unidos: “Comcast Corporation”. La manera en la que esto trabaja es que los clientes de Comcast, gente normal, entre los cuales se cuentan muchos ignorantes que, si en vez de ser gringos fueran mexicanos, pocos respingarían cuando alguien les llamara nacos, marcan desde sus teléfonos el 1-800-COMCAST para recibir atención cuando sienten que es necesario. Pero como siempre es más fácil ofrecer atención que darla, Comcast contrata a HTC para que atienda a los clientes que, generalmente por alguna inconformidad, marcan el teléfono antes mencionado. Para lograr esto, Comcast invierte algo de dinero en entrenar a los empleados que HTC decida contratar para que puedan brindarles a sus clientes (los de Comcast) la atención que se desea (Comcast) que reciban. Por supuesto que no hay nada de malo en delegar responsabilidades a los subordinados, pero dejarlas en manos de un mercenario revela el interés verdadero que se tiene en ellas. Aún más: no hace falta ser Sherlock Holmes para sospechar que la mayor proliferación de empresas como HTC en países en vías de desarrollo se debe a una razón principal que resulta ofensiva, pero tristemente ineludible: la mano de obra barata.

Con el tiempo, HTC se ha hecho de una reputación casi impecable, completamente de acuerdo a los principios con los que fue fundada. Pero no sólo ha sido el tiempo el fabricante de esta reputación, sino los valores que enarbola esta empresa y los “mexicanos chambeadores”, que no equivalen a los “hard-working-men” gringos. La diferencia entre los dos términos es el premio, no la actividad. Mientras los gringos ven inflados los frutos de su “hard work”, el mexicano mira nomás más “chamba” y tiene que marearla con la “pasión” y la “inspiración”, soñar con que algún día llegue un “cambio” favorable y olvidarse por completo de la “confianza” y la “integridad”, porque una vez “comprometido a hacer algo” (ser íntegro), como reza el valor de “confianza”, “hacer lo correcto”, como lo hace el de “integridad”, sería mandar a gritarle a su madre a todo gringo idiota que no se dé cuenta de que la persona al otro lado de la línea telefónica no es quien origina sus problemas, sino los ejecutivos de la corporación, que tienen tan poca vergüenza como para contratar a alguien para que atienda a sus clientes y no dotarlo con las herramientas necesarias para resolver los problemas que les aquejan.

Llegado a este punto se vuelve claro que no se nos paga como solucionadores de problemas, sino para “darle un lado humano” a las llamadas, porque “los gringos son muy secos”. Quitándole el maquillaje a estas frases de motivador personal, de líder falso, de manipulador ventajoso, nos queda sólo la realidad: No se nos paga para resolver el problema. Se nos paga para enmascararlo.

Pero lo más hiriente de todo es que, dado que HTC comenzó siendo una empresa mexicana, nosotros, los empleados, nos quedamos sin saber si otra vez vino el extranjero a cambiarnos oro por espejos, o si otra vez el indio chingó a los indios.

domingo, 21 de febrero de 2010

El valle de los brezos

-Nos están esperando para matarnos -le dijo el de al lado.
-¿Por qué crees que nos siguen transportando aquí atados debajo del tanque? ¿Por qué crees que no nos han soltado para machacarnos la cabeza como a los demás? Porque nos consideran dignos de tener el sufrimiento grande antes de morir.

Decían que la hechicera usaba una diadema flores rojas y amarillas en la cabeza para que no influyera en su juicio la veneración de los soldados que la rodeaban. Cuando él la miró por vez primera comprendió por qué había sido posible convertir en cinco minutos el brezal en un campamento autosuficiente que abonaba los sembradíos con la sangre de los muertos. Él había llegado por el camino que llegan todos y había temido morirse aplastado por el tanque o ahogado en el fango de la subida empinada que conduce al valle de los brezos.

-Ya estamos por llegar, fíjate cómo el aire apesta a brezos con sangre; fíjate cómo el único sonido es el de los disparos. Hoy debe haber asamblea.
Acabó la peregrinación y poco a poco fue acostumbrándose a la luz del día, a la filas de gente que caía fulminada por un disparo en la cabeza, al sonambulismo idiota que brinda la resignación de no poder escaparse, pero nunca dejó de tener miedo.

-Fíjate cómo están todos como paralizados. No es producto del miedo, sino de la subordinación. Fíjate cómo ellos tampoco saben cómo llegaron aquí ni por qué los tienen haciendo fila para morirse. ¿No te horroriza que ni siquiera te digan por qué quieren a matarte? Pues te van a matar. Seguramente a mí antes que a ti, porque se ve que te miran con recelo.

Había caído la noche y el piso estaba tapizado de pétalos de brezo y sangre enlodada. Había antorchas junto a los centinelas y pelotones de gente alargando el sabor del momento último de su vida, esperando con paciencia de vacas de rastros.
Ataron a uno al tronco de un brezo que nadie había podido arrancar y le acomodaron fuego en las rodillas y le cortaron la lengua para que no blasfemara. Le quebraron los hombros a palos, pero como estaba atado al brezo, no pudo doblarse. -No sean pendejos- se oyó que alguien gritó desde una de las filas -si van a matarlo, mátenlo bien. El de al lado se quedó donde estaba, pero lo miró a él de reojo, sabiendo que sudar frío era buena señal, nomás porque sentir algo aunque fuera miedo, quería decir que todavía no se había resignado.

Las filas se abrieron y llegaron los soldados. Se lo llevaron a él en frente de la hechicera, y el de al lado se quedó temblando, pero sin hacer ruido. Deliberaron un rato, apuntándole siempre con las armas a la cabeza. El hombre del tronco cayó en el olvido.

Los ojos de la hechicera tomaron el color amarillo de las flores de su cabeza y cuando parecía que iba a hablar, se adelantó un general y le puso a él una bofetada. -Arrepiéntete y humíllate -le dijo. Pero él estaba invadido de una extraña seguridad. -No me hinco, me perpetuo -dijo mirándola a los ojos mientras levantaba la mano derecha por encima de la cabeza de todos, como declarando para quienes no se habían dado cuenta que la sangre podía dejar de escurrirse y que el valle podía sumirse si le disparaban y que todos se iban a ahogar en una alberca de sangre. No se le quebró la voz, pero por dentro estaba todo roto, porque estaba apostando lo que ya había perdido con la espectativa de ganarlo todo aunque no fuera a quedarse con nada, y cuando se apuesta tan poco para ganar tanto, el cuerpo no puede seguir atrapando la vida en su interior. De todas formas nadie se dió cuenta, hasta que se oyeron los chasquidos que hacen las armas cuando cargan y los silenció ella. -No podemos hacerlo; él no es frágil -dijo, y su corona de flores voló al aire con el ruido de los disparos, porque la rabia del general habló justo después de ella. -Que se lo cargue la chingada -dijo, y aunque todos vieron que le apuntaban a él, fué la hechicera la que se desplomó tras la desobediencia, porque en ese momento estaban combatiendo las voluntades de ambos en el aire que separaba sus pupilas; y luego también él se desplomó, tras la segunda carga, pero su imagen siguió de pie y la tercera ráfaga de las balas de quienes lo rodeaban la atravesó, porque su presencia se había vuelto etérea y el fuego cruzado fue alcanzando a todos los que dispararon. Se acabaron los soldados y se acabó la voluntad de la hechicera cuando el de al lado dejó de temblar y de sudar frío. Sólo entonces dejó de sentir la mordida del horror y se halló formando parte de las filas de gente que seguía sin moverse, esperando que alguien les disparara, pero no había ya quién pudiera coger un arma.

Él se quedó mirando la diadema de flores. -Aquí no ha pasado nada -dijo, y se dio la vuelta bajando la pendiente en la que creyó que iba a ahogarse. El de al lado quiso correr a alcanzarlo, pero sólo pudo ver la noche poblandose de nubes, porque sus pies y los de todos los que le rodeaban ya estaban enraizados, su cuerpo había terminado de adelgazarse y sobre los pétalos de brezo que crecían en su piel, aterrizaba ya el rocío.