viernes, 19 de diciembre de 2008

Fiesta

Llegamos tarde. Estábamos convencidos de que ya todo había terminado, pero teníamos un capricho, así que cerramos las ventanas y corrimos las cortinas. Quedó todo oscuro de nuevo y siguió siendo, sólo para nosotros, la noche.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Tierras vírgenes

Sus ojos ya cambiaban de color.
Sus ojos eran el espejo del cielo
y Ella era la tierra y el tiempo.

El aderezo diáfano de niebla
que endulza el alma de mi tierra
viene del encanto de sus ojos.

Ya iba el cielo cubriéndose de miel.
Paseaban entre el sol y sus pupilas
bandadas ocres de hojas fugitivas.

Mi tierra irradia el último calor del día
y se llena de opacidad. Mi tierra suspira
y se mete, entera, la noche en su piel.

Cuando en la oscuridad no hay más que silencio,
se enciende en sus ojos un fuego secreto,
un amanecer pequeñito que espera ser desvelado

Me acerco despacio, beso sus ojos para capturarlo.
De sus párpados a mis labios fluyen las estrellas.
Yo la despierto. Ella me aprieta. El otoño se incendia.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Encuentros

Usualmente son sólo nuestros pies los que se quedan en el suelo. Respecto a todo lo demás: la piel, el pelo, la garganta, sobre todo la garganta, le pertenecen al aire. Los pulmones, en cambio, no se someten a este oficio de pertenencia sino que lo dominan. Poseen al aire. De todas nuestras vísceras ninguna habita propiamente la tierra. Entre todas ellas hay un grupo pequeñito que se destaca por fugarse de la realidad.
La cabeza, con sus múltiples componentes, es el más típico ejemplo de la discordia: tiene al pelo, que crece para bailar con el viento; a las orejas, que más preferirían vivir en el subsuelo; a la boca, con su lengua y su aliento que no sabe aún de dónde viene; al cerebro, que parece un cometa anclado en el desierto y tiene también a los ojos... Por fin los ojos, los vagabundos osados que andan tanteando fantasías más allá del horizonte. Los ojos son los únicos aventureros que van tomados de la mano y se complementan y caminan; los únicos que se adentran en la luz y se extravían; los que andan por ahí cachando imágenes y se cuelan donde no habría de importarles colarse.
Pero es por ese vagabundeo sin fuerza, por el peso de las plantas de los pies, porque somos más del cielo que de la tierra y encima nos jalan las estrellas, porque en realidad no nos sometemos sino que excedemos a la atmósfera; porque estamos divididos, regados por el mundo, que nos hemos encontrado.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Pasa rápido, que quema.

I
Ahora lo sé. No estoy bien seguro de dónde ocurrió, pero casi seguramente fue producto de la intoxicación por monóxido de carbono.
Fue hace muchos años. Yo estaba como hoy, cruzando el Ceboruco como el viento.


II
El Ceboruco y las heridas que dejó sobre la tierra quizá sean simplemente "El Ceboruco". Quizá sean una misma cosa el calor, el aliento, las grietas de la corteza, las amenazas y las piedras filosas, burbujas de lava disecadas al momento de reventar. Quizá los jirones de viento que chillan como los alacranes, las matas que crecen entre las piedras, los pueblos aledaños que se defendieron del volcán con la pura voluntad, y sus mazorcas gigantes que les crecieron gracias a las cenizas, sean uno con El Ceboruco.


III
Yo estaba como hoy, pero mucho más joven. Recuerdo que me contaron que un arriero escuchó un galope que venía de debajo de la tierra y entonces corrió al pueblo a avisar y se salvaron los que pudieron. Recuerdo que esa historia era una de las maravillas angustiosas de mamá.
Mi papá me contó que todas esas piedras negras y porosas eran lava que ya se había enfriado y que la lava era espesa y fluía por la tierra más caliente que el diablo, que era piedra fundida y salía del volcán, que venía del centro de la tierra.
El mundo olía a azufre y yo ni siquiera era capaz de distinguirlo.
Entonces sucedió de pronto, como cuando una aparición llega a completar un cuadro. Me imaginé a mi mismo subiendo con una pendiente suave por el cráter estrecho y, como las ideas geniales, que salen de uno pero nadie se cree que sean propias, se me ocurrió una trayectoria en espiral para no chocar con las paredes.


IV
Todavía no puedo estar seguro de qué tratos hice esa vez con el volcán. La verdad es que no lo recuerdo. Quizá me guardé sus fumarolas en el pecho, o sus piedras ásperas, o sus ganas de dormir. Quizá El Ceboruco y yo estemos siempre en el mismo paisaje y ya seamos uno desde que lo vi de lejos. Quizá sea por eso que nunca pude tocar la nieve del Popocatépetl.
En realidad no sé si la sed que sentía era la mía o la suya. La enorme cantidad de estupidez que me habitó esa tarde sólo puedo explicarla por una ignorancia añeja que se te mete en los pulmones; una ignorancia consciente que consistía en negar el complemento de uno, en meterse en un hoyo y vivir sin cambios, como se ha hecho desde siempre y que se vió sorprendida y hurtada de pronto, como cuando te despierta una hormiga curiosa que ronda en tus pestañas.


V
Aunque es posible que me haya quedado con su ignorancia y lo haya extraido de su sueño, repito que no estoy enterado de si gané o perdí en mis tratos con el volcán. Sin embargo, hoy, mientras lo cruzaba de nuevo como el viento, me dijo algo que no recordaba y ahora, por fin, lo sé: la idea de volar la robé hace muchos años del manto de la tierra.

jueves, 6 de noviembre de 2008

mi venus de milo

A ella le gustaba estar callada. Disfrutar callada, pensar en silencio, besar sin decir nada. Era como una estatua que se mueve por todas partes pero no deja de ser estatua en los labios.
Un día le convencí de que el parque que habitaba no era el mejor lugar para pasar la noche y la llevé a mi cama. Ese día los sonidos de toda la historia habitaron en mi cuarto. Sólo para nosotros, en mi recámara, tembló la litósfera y comenzó a cuartearse su cuerpo. De debajo de su piel de piedra le salieron las primeras palabras: una maravilla inédita ante la la cual uno no está bien seguro de qué hacer. Tanto podría uno reír como morirse en ese mismo momento.

Y se fue por ahí, por la vereda.

Bajó de la sierra. Se entretuvo un tiempo con los perros, les dió de comer y se echó a dormir la siesta como si fuera uno de ellos.
Era un hombre extraño, decía don José. Vestía como si hubiera sacado sus ropas de debajo de una nopalera, y como nosotros estamos enmedio de la sierra supongo que no era este su destino final.
Le dió de comer a Kernel, qué cabrón. A Kernel, que una vez me atacó y tuve que espantarlo con la mochila. Cómo me habría gustado matarlo. Creo que este rencor me viene desde hace ya varios años, cuando me mordió por primera vez un perro y quise matarlo y en vez de eso tuve que alimentarlo por miedo a la vacuna contra la rabia.
Era un hombre extraño. Se quedó un rato con los perros. Bajó de la sierra, les dió de comer a los perros, se durmió con ellos y después siguió su camino.
Así de insípido como suena, así de sin chiste, en aquel momento, era una anécdota genial: la de un hombre que viene de lejos, hace algo que nadie entiende y nadie vuelve a verlo después. Así como uno siempre quisiera ser, así era ese hombre extraño, que se bajó de la sierra y por la sierra siguió.

y logramos identificarnos

Yo, por ejemplo, me identifico con los subversivos, los que incomodan, los hijos de la chingada... pero sólo lo hago entre cuates.
Ayer asistí a una reunión y hoy me alegré de coincidir con mis compas, los importantes. Para decirlo sin rodeos: Elías es un pendejo. Y de acuerdo a otros: Basta de cursos fantasmas... ¿qué va a saber ese idiota de matemáticas? sólo se sabe una partecita y se cree una verga. Otra vez: Es un pendejo y todos están convencidos de eso.
¿Todos? Si, todos. Quizá también él, pero así le gusta. Porque la pedejez le crece en al barriga.
Digo como diría Abraham: Ja! Un cretino más...

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Vivimos en una burbuja

En el limbo, en una burbuja que nos ha costado crear, ahí vivimos. No es verdad. Nosotros no hemos creado nada. Sólo nos entretiene no enterarnos de las cosas que pasan afuera. Como cuando le llamaron sus papás a Vidal y le dijeron: Estamos bien. -¿Y por qué no habrían de estar bien?- Y mientras tanto un pinche huracán del tamaño de la península cargándose a Mérida.
-¿Viste que ganó Obama?
-Si, ¿Sabes lo que está diciendo?
-No, pero se ve buena onda el negrito.
-¿Y vieron que se estrelló una avioneta en Reforma y casualmente Mouriño iba adentro?
-¿Quién es Murillo?
-Vivimos en una burbuja, wey.
-Si, creo que entonces les sobran los detalles. Digamos solo que se murió un tipo, se cayó en el DF con su avioneta y era muy conocido... tenía muchos negocios por ahí.
-¡Ah! Esa es una verdadera lástima, sobre todo si era muy conocido, pero esas cosas pasan todos los días. ¿Pedimos otra jarra?

martes, 4 de noviembre de 2008

Daydreaming

Creo que tengo que ser totalmente sincero. Este aroma que sientes no es tuyo ni mío. Es el de ella y del recuerdo de sus apariciones, que se me resbalan entre los dedos. No vayas a dejarte seducir, que la conozco bien y nada se toma en serio. No vayas a encantarte con la imagen que su olor te mete en la mirada. Ella, como yo, deambula por las noches y somos en verdad inseparables. Pero tu vas a comprenderlo sin dificultades. Tu te vas a meter en la liturgia de nuestros encuentros y no vas a poner ninguna objeción hasta que ella, la de siempre, la de toda la vida, te borre del mapa o, más bien, me borre a mi del tuyo.
No es que quiera asustarte, pero ya es tiempo de que lo sepas, si hemos de seguir juntos un rato. Algún día, cuando menos te lo esperes, habremos de fugarnos sin que nadie nos detenga... y no es que yo lo quiera, es sólo que, por alguna razón que nadie ha podido explicarme, algo le debo y es así como he de pagarle; puta autoritaria, ya lo ha sentenciado.
No te desanimes. Algún día se te va a meter entre los párpados una musaraña. Desde el día en que eso suceda no vayas a llorar jamás, porque entonces vas a desperdiciarme. Vas a sacarme de tí y ningún viento podrá traerme de vuelta.
Guárdame en lo más hondo de tu esqueleto y no me dejes salir hasta que en una musaraña te conviertas tu misma.

reflejos

Te quiero para mi, toda. Quiero ponerte las manos encima y sentir que el mundo entero está bajo tu piel. Te quiero ahora junto a mí para llenarme, para engullirte y hartarme de ti, para saciar desde ahora el hueco que vas a dejar cuando te vayas.

domingo, 2 de noviembre de 2008

shhh

No muevas ni un dedo. El sonido que estás a punto de apagar no hay forma de recuperarlo.

sábado, 1 de noviembre de 2008

De la realidad y los horizontes

Y de nuevo, chaval, la realidad está acá abajo, cerca del suelo, donde la piel puede todavía tocarla.
Los horizontes se esfuman, se apartan. Los horizontes siempre huyen de tí, se suceden continuos mientras los cazas y un buen día aparecen frente a tí, sólo que disfrazados, con las nubes en otro lugar o los pastos más verdes o los cerros pelados; pero vuelven siempre para hacerte recordar, para que sigas creyendo, en caso de que lo olvides en tus sueños diurnos, que la realidad está abajo. Hasta donde puede sentirla la piel, hasta ahí llega. Irse más lejos, muchacho, es aventurarse demasiado. Es meterse en una maraña de sueños de los que cuesta despertar. Es apuntarle a la cordura y dispararle como si fuera tu propio corazón.
Buscar los horizontes, chaval, expulsa los pies del suelo. Irse detrás de ellos cuesta, de verdad, la vida y la razón.

jueves, 30 de octubre de 2008

Pero sin cursilerías, sin escándalos

El punto ha de ser vivir de tal forma que se pueda morir acompañado, al menos por dentro, para que no sea tan triste. Solitario siempre será, supongo, pero al menos que alguien se entere antes de que uno empiece a apestar, con una chingada. No ha de ser mucho pedir, estoy seguro. Y ya de paso, una vez que tocamos el punto, alguien que le apriete a uno la mano, pero sin cursilerías, sin expresiones burdas y risibles de cariño, que esto de irse es para presumir y para lamentar, pero no para hacerlo demasiado grande.
Ya. Hay luces que se apagan y uno no se da ni cuenta. Hay miles de deseos cumplidos de los que nos priva el día por estar ocultándonos con el cielo azul las estrellas fugaces. No hagan escándalos, que no es para tanto, pero sí quédense cerca. No vaya a pasarles como a mi el otro día, que me quedé horas viendo una vela porque nunca he visto cuándo se acaba una. Ya estaba muriéndose lo último del cabo, retorciéndose en la cera que se había encharcado en la corcholata y llevaba ya sus diez minutos sin decidirse a apagarse -conducta ejemplar-. Dame un poco de agua, dijo Yogui. Decidí hacerlo porque al pedazo de vela se le veía fibra, pero cuando volví ya se había apagado. El caso es que no se vale hacer trampa. No se vale cortar un frotis de vela y ver qué pasa, como no se vale morirse un poquito ni morirse dos veces. Perdérselo ha de ser una lástima, porque lo de la vela, de veras, me pesó.

miércoles, 29 de octubre de 2008

balbuceos

La primera palabra del día, cuando uno recién regresa de un viaje extraño, es más un respiro, un parpadeo al revés, un suspiro que se comienza en sueños y se termina con los ojos en el cielo. Cuando uno está por enterarse apenas si se vive, se esboza la primera palabra del día, pero se gesta detrás, como el ánimo, como las ganas del sol de amanecer, como la vida en las semillas, ésta y todas las palabras se cantan y se escriben de noche y nacen sólo con la luz. Si, el sol es sólo el eco de los sueños.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Remitos de paja

...
-Póngame otro de los sobres que me dejó su abuelo, Panchito. Ésta se me hace que es la última vuelta que doy.
-Ya estuvo bueno, Luisa, cada semana viene y se lleva veinte y, a veces, hasta más.
-¿Y a usté qué le importa? Póngame el sobre y ya. Déjeme irme tranquila y usarlo como yo quiera. Si los abro y los pongo juntos y los pego después para meterme dentro es asunto mío y de nadie más.
-Luisita, dése cuenta, por favor. ¿No ve que la única que no se da cuenta que el tiempo pasa es usté? Si las cosas han cambiado: apuesto a que si se mete en la piñata de sobres que se anda armando se va usté a asustar de verse las manos todititas arrugadas. Mire a Don Ramón, que ya se espabiló y ahora está recontento sembrando sus chiles, y eso que él nunca se llevo tantos como los que usté lleva. ¿A poco no le dan ganas también de remover su parcelita y ver qué sorpresas le traen los días? ¿No será que ya le está ganando el miedo de caminar?
-¿Miedo de caminar? ¡No! Si ya que esté dentro voy a ponerme a caminar como antes, con las zancas recias, como antes. Como cuando no sabía a dónde llegaban los caminos y tenía uno que adivinarlos con los olores del viento, así, Panchito, así voy a caminar.
-Pero si los caminos no se nos han acabado Luisita, hágame el favor... No se me vaya a hacer usté como las nubes, que de tanto imaginarse que llueven ahí están nomás quietecitas, echadas en el aire y tienen ya a la sierra toda pelona.
-Mire Panchito, déme el sobre ya, que se está haciendo tarde y algo bueno he de soñar ahora. Hay cuarto menguante y algo bueno, algo bueno...
-Está bien Doña Luisa, como usté quiera. A mi me da un poco de tristeza, pa que le digo que no... pos porque ya sé pa qué quiere los sobres que le dejó mi abuelo. Si también a mi me contó ultimadamente pa lo que sirven, pero no crea, me da un poquillo de miedo. Si el aire está bien fresco acá afuera ¿Pa qué meterse en telarañas, Luisita? A mi se me hace que ya se le está acabando el espíritu y se nos está aguadeando, pero pos ya qué le voy a hacer. Aquí tiene su sobre. Nomás ahorita dígame, antes de se vaya, porque a lo mejor no tengo chance de preguntarle después: Ya que se arme con los sobres la casita de recuerdos, ¿En cuál se va a quedar, Doña Luisa?
-Ya se verá, Panchito. Ya se verá.
...

martes, 21 de octubre de 2008

cuándo dejarás de ser un estorbo?

No me dolió! Al cabo ni me dolió! y... ¡Madres! Otro catorrazo. ¿Cuándo aprenderás a callarte el hocico?
Ja! pues cuando se den cuenta que de veras no me dolió. Y... ¡Madres! Otro catorrazo. ¿Cuándo aprenderás a callarte el hocico?
Ja! pues... bueno si querían que me callara me hubieran dicho por las buenas.

domingo, 19 de octubre de 2008

Del silencio y sus galopes

Aquel corazón, de tanto estar solo, se olvidó de latir con regularidad y tuvo que reaprenderlo en cada abrazo. Era natural que temiera por su vida, sobre todo en sueños, cuando no podía vigilarse y hacía, sin querer, lo que quería. Entonces se olvidaba de toda responsabilidad, se hundía en alcohol que no fuera destilado de caña, porque eso, decía, le hacía daño. Toda una calamidad, porque el charanda, sobre todo la edición de colección número uno, le empalagaba.
¿A quién chingados va a interesarle un corazón que confunde sus latidos con los sonidos del exterior? Pues bien: como un buen estratega de ventas -lo cual era desde hacía varios años- se promocionaba como un corazón adaptable a las exigencias del mercado, capaz de someterse a cualquier ritmo y de soportar doscientos latidos por minuto aún sin actividad corporal.
El caso es que un día volvió a compartir el sueño con otro de su especie y se hartó. Concluyó que el mundo era una mierda y se dejó de pendejadas. Todo el teatro se cayó y lo que era de verdad, siguió siendo verdadero, con la misma sal que tenía antes, el mismo sabor y la misma consistencia, con la misma humedad. Aún a riesgo de ser fatal y a punto de mandar todo a la verga le dió por apoyar un maratón. Ese día le dolieron los huesos, pero estaba tan cansado que decidió que cogerse a la muerte esa noche era un error que no podía permitirse cometer. -Preciosa, espera a mañana, que con el sol vienen el día y sus sorpresas y a lo mejor hasta tú dejas de acosarme y te vas a chingar a otra parte.
Al corazón valiente, al bravucón desenfrenado, dictador por excelencia, no se le escuchó jamás otra palabra.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Qué harías tu si tuvieras tantas ventanas?

Han de ponerse tristes. Me las imagino soltando pegamento por las patas, aunque se que no lo tienen. Imagino que se inventan la vida como se inventan las telarañas las arañas. Quizá esa sea la situación más cercana a la que busco... que se quede atrapada, que comience a dormirse y, todavía en sueños les caiga encima un el primer cabo de nada... pero es artificial. No, así no cuenta. Por más que intente no logro imaginarlo y pregunto todavía sin saber ¿Qué cara pondrán? ¿Alguna vez alguien ha visto a una hormiga morir de muerte natural?

martes, 23 de septiembre de 2008

Un pedazo de Subsuelo

Había que vivir el ocioso vaivén entre los distintos submundos para saber que iba a gustarme.

Una mañana me juego el pellejo en cada semáforo. Otra coqueteo. Juego con las miradas jóvenes de las madres que no se acostumbran todavía a la idea de cargar en el asiento de atrás a las almas recién nacidas que han de asesinarles con los años el afán del coito multitudinario y secuencial. Yo me divierto haciéndolas creer con una sonrisa que pueden seguir prometiendo miradas de noches feroces, de danzas en las que el cansancio empuja más de lo que frena.

De una de ésas tengo ganas yo y tu lo sabes y te escapas. Tu presencia se vuelve escurridiza entre mis venas y yo me lanzo a recogerte. En la cacería se borran todos los paisajes y el resto de la tarde se convierte en hielo.

Por fin, a la noche, te tengo.

Te rompo el cielo entre las piernas y se te salen por los ojos las estrellas.

Sin respeto al silencio ajeno y en la oscuridad del mundo, rajan las ventanas los colores de tu voz.

Se despereza a lo lejos la culpa y sin embargo no nos ve, no nos toca.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Que amanezca, por favor.

(...)Volvieron los huecos en las venas y los dolores disfrazados y volví yo a sentirime cerca de tí. Volví a ser arrastrado a besarte a pesar del terror de tus caricias. Te descubrí otra vez calavera, princesa, en el cuento que emanas por las noches. Entre líneas carcajeaban, como bailando alrededor de una fogata, la verdad de tus amenazas, el miedo... el collar de castigo con el que nos amarras a todos, perra madre nuestra.
"Sentir el último aliento, guardar la última imágen y, como si de veras fuera buena, sonreir y dejar de ver sin cerrar los ojos, como si siempre fuera a haber alguien cerca para cerrarlos antes de que se los coman los gusanos".
Al cuentito se le corría el maquillaje. Al cuentito con el que nos envuelves, puta romántica de mierda, la verdad se ha de parecer bien poco.
Que amanezca ya por favor. Hagan que abran las cortinas.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Día de campo.

Como no llovió el día anterior y acababa de amanecer, me convencieron. Pusimos la tienda de la peor manera posible: sí, con una vista espectacular pero -con una chingada-, se habría visto mejor el barranquito de tres metros desde la ventana, que desde la puerta a un metro del borde. Si pensamos en la lluvia, pero solo en la que podía llegar: la madera estaba empapada y hubo más humo que fuego. A nadie se le ocurrió que era peligroso mear al borde del barranquito hasta que hubo que hacerlo y el sentido de precaución fue ingenuamente vengativo: para entrar a la tienda, sin ver el borde, había que agarrarse de ella, así, si te caías, te llevabas a todos los dormidos. Pero, aunque si hubo quién rodó por el barranquito, nadie apareció echándole la tienda encima a los que estaban adentro.
De cualquier forma, para que esto sucediera faltaban algunas horas y algunos tragos, los cuales pasamos con admirable profesionalidad de ociólogos.
Debí ser el primero que sucumbió. Después de harto comer me perdí en la oscuridad. Caminé lejos porque un árbol me pedía que fuera y le abonara las raíces y yo, dócil a los susurros, me dispuse a complacerle. Para tantear el camino hice uso de las chispas de un encendedor porque con tanto viento no podía hacerse una flama. Solamente quien haya estado ahí y conozca el terreno podría comprender el terror de caerse por la pared blanda que -esa sí- medía como cuatro metros de alto. De alguna manera inexplicable entre los chispazos y la hojarasca el suelo se esfumó. Qué rápido temí estar cayendo el principio de los cuatro metros... nunca antes poner las patas en caca de vaca y sentir cómo se te mete en los calcetines la humedad apestosa había aliviado tanto a una persona... nunca antes una persona pudo diferenciar con tanta precisión los olores humanos y los vacunos...
Después de visitar el árbol hubo que cuidarse de no volver por el mismo camino. A la vuelta seguía, inocente y aislado, el humo, las "malvas" cobrando vida y los tragos.

lunes, 25 de agosto de 2008

La lluvia es el cielo desmoronándose

Ya vienen a borrarme las huellas las gotas de lluvia de otro verano. Como en cada verano, en éste se fugan entre las montañas dos recuerdos tomados de la mano. Como cada vez que se fuga la memoria queda, como herrumbre, una mancha de nostalgia. Es curioso que siempre haya una montaña donde puedan esconderse. Quizá sea por eso que el desierto, sin lluvia y con el viento que mueve las dunas, acabe por recorarlo todo.
Algún día tendré que pararme a fundirme como una vela en la arena, a imaginar que me traga el cielo como el mar, a enarenarme y quitarme la herrumbre, a dejar que me erosione el viento la piel, que me convierta en charco y polvo y volar y recordarlo entonces todo. Algún día, cuando acabe de llover, cuando termine de quitarme el fango de los pies, cuando detrás de mí florezcan mis huellas otra vez, iré. Algún día, siempre de los que no han llegado aún... porque yo, como la lluvia, no puedo ir para atrás. Yo esclavo del tiempo. Yo, incapaz de mirar hacia atrás con una sonrisa, volteo al cielo y, desde aquí, bajito como soy, lo hago llover; me uno a la lluvia con una lágrima por cada fuga de recuerdos, lluevo con él; me uno a la lluvia con su murmullo de meterse entre las hojas y golpear el suelo después; con el viento que la ondula y es, aunque no lo creas, un suspiro mío. Yo me olvido del viento y de las huellas y la herrumbre y me hago uno con las gotas hasta que deje de llover.

domingo, 24 de agosto de 2008

ElLord, elRorro, elTavo, elOctavio y la puchonez de la segunda vuelta.

He de advertir que el texto que sigue es una botana no apta para menores. En todo caso se sugiere supervisión de un adulto, si no es que una guía explícita.
El caso es que la entrada de este día es, en el mejor de los casos, temporal, por no decir una gazmoñería que recuerda no se si más a la gallina ciega o al teléfono descompuesto y, temporal o no, no ha de ser tomada en serio todavía. Habrá sido una mezcla de ambos juegos, porque en una de esas pedaceras bíblicas, como dice French, nos sentamos a recrearnos, un poco más peluditos -todos menos yo- que antaño, y es este el resultado incoherente -pero soberbio- de una noche más de pendejadas sin ataduras, de sinvergüenzadas de lenguas largas y risas estrepitosas.

Luego de no saber ni cómo ni por donde
terminó la oscuridad.
En ese momento sólo sentía la inmensidad
que volvía a raspar la ya lastimada piel.

Ella quería más,
pero ya era imposible,
inextasiable.
Su cuerpo agonizaba de placer.

Con cada latido se diluían
los golpes y los gritos
en los charcos de sudor.

Dormí.
Desperté con aliento a sexo
y vomité.
Creo que la volveré a buscar.
No se por qué.

domingo, 17 de agosto de 2008

Día séptimo.

Despierta (Cuento para no dormir número siete).



Ya hace un buen rato que decidiste no hacer caso del ruido del despertador. Fue el hambre lo que te levantó. Caminaste hacia la cocina dando tumbos por las paredes del corredor. Delante de tus pestañas corre despavorido el recuerdo del sueño que acaba de esfumarse. Incapaz de cazarlo te mojas la cara y comienzas la liturgia del aseo diario.
"Despierta, Maru" es lo único que logras recuperar de la maraña de sueños que tuviste. Te parece como si hubieras soñado una semana completa.Poco a poco algunas cosas comienzan a volver, como desvelándose de la niebla que rodea la cena del día anterior.
Lo dijo como si de veras lo supiera: "No conviene que uno ande por ahí viviendo las vidas que no nos pertenecen".

Algunos relámpagos de omnipotencia se hacen lejanos. Hay destellos de colores inéditos que se niegan a volver, historias tan hermosas que no pueden quedarse en un solo lugar.
Tantas cosas hay, que deseas que pudieras reencarnar o que de verdad las sábanas asiáticas existieran. Tantas cosas y uno fuera del mejor de los mundos posibles.
La cafetera ya suelta los vapores que te invitan a mamarle la vigilia. En una taza que no es la de siempre, te sirves, somnolienta. Te dejas caer en el sillón de la sala, tan suave como es posible para no derramar el café, y sin embargo, partículas de sueño vuelan por el aire como polvo, como si te las hubieras sacudido de encima de un sentón. "Parecen estrellas", decías cuando tenías cinco años y saltabas para alcanzarlas y abrías la mano después para mirar. Alejadas del rayo de luz de la ventana, desaparecían todas, como los sueños de anoche. Aprovechando que no es polvo sino sueños, saltas otra vez, como hace quince años y te agitas y sigues, y tiras una taza y paras. Ésa es: la taza de siempre hecha pedazos. Magnífica mañana: se esfuman los sueños y tu cacería te rompe un recuerdo, te quita una costumbre. Realmente no puede pedirse nada más, Maru, pero mira cómo nos saturan el aire de sorpresas, mira cómo aún no ha terminado. En las patas de la mesita, junto a los trozos de taza azul, un charco de té frío te revuelve la cabeza.
-¡Pero si es la taza del sueño de anoche! ¡Pero si no la usé ayer! ¡Pero si hace una semana que no hago té!
Realmente parece que hubieras dormido una semana.
-¿Qué recuerdas, Maru? ¿Qué es lo último que recuerdas? ¿Estarás condenada a recordar irrealidades, a no saber donde estás parada? ¿Será por eso que te prohibieron estarte quieta, no fuera a ser que encontraras un mundo donde quisieras quedarte?

Maldita voz de las afueras, se ha escapado de tus sueños. ¿Y si, quizá, no fueran estrellas y no fueran pedazos de sueños lo que intentaste atrapar? ¿Y si en verdad no confundiste sino enmarañaste las historias y te quedaste a vivir vidas que no te pertenecen? ¿Y si el calorcillo que sientes no es obra del café?
Te levantas la playera y descubres una perla durmiendo blanca y plácida en tu ombligo. Se transforma en escalofrío la belleza y comienza a evaporarse la sala a tu alrededor.
¿Cuántas veces buscaste en los conjuros de la noche la noción de un mundo que merece ser contado?
Si no hubieras cogido un demonio, si no estuvieras de nuevo rodeada de niebla con el mundo sublimándose a tus pies, la amargura de encontrarlo sólo en sueños, te convencería por fin de que has despertado.

Día sexto.

Sermón para quedarse en el país de los sueños (Cuento para no dormir número seis).


-Sigue siendo la costumbre que los muertos se queden bajo tierra. No tengas miedo, Maru: hay tantas habitaciones que siempre se puede correr de un sitio a otro para esconderse de lo que sea. Aprenderás que aún las apariciones, que te amenazan calladas por detrás y presumen dormir bajo tu cama, están en realidad bien lejos.

La niebla que nos rodea está cargada de burbujas blancas relucientes de demonios, de terrores encapsulados que buscan tu calor para hacerlo suyo, para metérselo en los huesos y evaporarte las lágrimas después, para dejarte inmóvil, para borrarte el futuro. Si te tocara la niebla, Maru, si te quedaras quieta porque un demonio se prende a tu cintura y te roba el calor, se iría marchitando mi voz y empezarían a rajarse las venas del tiempo. Si te quedaras quieta, Maru, el mundo entero sería silencio.

Bebe un poco más y vámonos a dormir ya, que el aire se está enrareciendo. Ha de ser la niebla que se ha vuelto más densa en los últimos días. Vámonos ya y sueña otra vez con el sol y la arboleda que oculta a tu pueblo, vuela y aliméntame, deja que te lleve el viento a un lago cristalino y dame de beber, vaga, imagina que forcejeas con la luna y congelas otro atardecer... Imagina, pues se gestan en tus sueños mis palabras.

Antes de que te acuestes déjame recordarte algo: te quiero. Ya se que te lo digo todas las noches, pero no quiero que vayas a olvidarlo. Cuando te levantes, llámame. No vayas a irte lejos, Marú, que a lo mejor es esta niebla lo único que queda alrededor y no quiero que me dejes sola. Vamos a quedarnos aquí y no vamos a dejar que nos trague. Tendremos que volarla lejos con la fuerza de los rayos del sol de nuestros sueños. En un parpadeo pesado y delirante soplarán nuestras pestañas un viento de libertad, un espacio hueco donde pueda meterse lo que sea y lo que sea pueda pasar, porque los demonios aman el silencio y la quietud y temen a los horizontes amplios y al mar abierto, y la luz de nuestros ojos no tiene ataduras y nuestros sueños son chisporroteantes e intensos.

Vete ya y que no se te ocurra enmarañar los cuentos que se cuelgan de la noche. Si los escucharas, Maru, más valdría morirse. Querrías quedarte en ellos, en uno y después otro; y los cuentos no son caramelos, Maru. Hay tantas cosas ahí que a una la dejan pálida de susto o llorando amores perdidos que nunca conocimos. Te digo que uno no debe andar por ahí viviendo las vidas que no nos pertenecen o no existen. Las historias más bellas anidan de noche detrás de los párpados y es ahí donde deben quedarse. Desvelarlas sería como irse allá afuera, donde la niebla y sus tentáculos cogen, aprietan y destrozan, donde se convierte la gente en terror y el mundo va haciéndose piedra.
Ha sido ya suficiente por hoy, Maru, deja eso y ve directo a la cama. El té lo terminas mañana.

sábado, 16 de agosto de 2008

Día quinto

El final (Cuento para no dormir número cinco)

Puede que sea el último sueño. Lo sientes en la sangre, en los hilos de luz de día que se filtran a través de tus párpados. Tan macabro como es, agrio brebaje de callejones oscuros, decides continuarlo.
Esta pesadilla remisa de morir te quema con el fuego tenaz de un desengaño, como un pañuelo de estación. Esta pesadilla, igual que las cartas de amor, te niega el final en cada línea.
En un viento extraño, borboteándote en la memoria reconoces el primer aliento de la noche. Tras la niebla vislumbras una vela y el hielo de la lluvia, la noche con sus alacranes y sus sábanas, las calaveras...
Desde la tumba más honda viene, montado sobre un relámpago, un recuerdo prohibido. Te dice que pernocta debajo de tu cama. Sabes que pronto te hallarás durmiendo en el subsuelo, jalándote la cabellera, como si pudieras sacarte de la tierra de la misma forma en que se extraen de los lagos aquellos que se ahogan. Recuerdas sus ojos con lágrimas llenas de vidrio, del sol que atrapan a través del agua cada vez más espesa. ¿Podrán darse cuenta de cuál es el último rayo que les cae en la mirada?
De una sacudida cierras los ojos. Deberíamos ser capaces de negarnos a ver apariciones.
Ya has probado todos los rezos, los cantos y nada parece funcionar: detrás de todas las imágenes permanece, como un tatuaje, el aparecido. Ves reflejos que desgarran y tragan tu pasado, suicidas que arrastran cadenas y te borran los recuerdos con los pies, te borran a tí del mundo de los demás, pero no debes quejarte; lo hacen de atrás para adelante, como dicta el honor de los que caminamos en el mundo; para que el ultimo de tus días no sepas ni cómo te llamas ni por qué estás tan espantosamente vieja. Cuando eso suceda estarás vacía de culpas y alegrías y por la cabeza te consumirá, como a un mechero, una sola pregunta: ¿Serás capaz de distinguir el último rayo de luz?
En la sombra de los que arrastran las cadenas crees haber visto tu cara. Prohibidos y demasiados te rodean. Se acercan con las lanzas apuntándote al cuello. Llena de espanto y sin más salida que abajo, donde por las noches están ellos, te vas perdiendo, lenta, en el olvido.
Empapa tu cama el olor lejano de la guerra. Sabes que te han sacado a fuerzas. Sabes que allá, en el lugar que solo alcanzas por las noches, sin ti, no habrá nadie que pueda detenerlos.

jueves, 14 de agosto de 2008

Día cuarto.

Cuento para dormir cuatro mil borregos (Cuento para no dormir número cuatro).

Ayer quedaste del todo convencida: una palomilla aleteando en tu ventana, hipnotizada por la luz del interior de tu alcoba, marca la hora de dormir.
Todavía no terminabas de enredarte en las caderas del insomnio cuando una estampida de elefantes decidó brincar por afuera de tu casa.
Hoy debió ser el día más caluroso. Te vestiste con el jugo del sol de la tarde y corriste de un lugar a otro. Huyendo de las toneladas de animal dispersas por la calle, acabaste ahogada, como los sonidos del infierno exterior, bajo el charco de cenizas de tu voz.
Velada por un silencio artificial, como el zumbido monótono de un taladro, piensas que, cuando el sol se aleje y los elefantes callen, te irás a la cama a dar vueltas de la manera más escandalosa posible. Terminarás la pesadilla: harás que los infelices animales padezcan el insomnio que te rebota por dentro.
Elucubrando en la guerra que vendrá te descubre una palomilla aleteando detrás de la ventana. Planeas a toda costa evitar que pase lo de ayer. De prisa, antes de que regresen los elefantes, te vas a la cama como un remolino. A la mañana, bajo el sol, de nuevo retoza, chapotea en el asfalto la manada.
Somnolienta y ansiosa de treguas recuerdas que hace tiempo, hablando de morirse con discreción y de la belleza de la vida, escuchaste un cuento para dormir. Lo pones dentro de una taza y te lo bebes, sorbes los tragos de esa canción de cuna ochenta veces, te lo crees como la magia, lo repites: "Cuento para dormir cuatro mil borregos...".
Te despierta el hedor a muerte que ronda a los abandonados. En la calle un enjambre de moscas te recuerda el zumbido monótono bajo el charco de tu voz.
Detrás de tí, sobre polvo blanco de huesos, tus huellas.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Día tercero

La soledad de la abuela (Cuento para no dormir número tres)

Detrás de una arboleda fresca de mangos, más allá de la cordillera, vive escondido mi pueblo. No puede decirse que se encuentra porque en realidad nadie lo ha encontrado jamás, y los que vivimos aquí pensamos que no hay nada más que voces detrás de la cordillera.

Nunca hemos bautizado nada. Son las aves y las olas quienes nos han enseñado a cantar los nombres de las cosas y nosotros repetimos su canto de la manera más fiel que podemos. Nos levantamos con el sol en la cara y, a partir de entonces, no hace falta abrir la boca para hablar, porque la mayoría de las veces el viento lleva los sonidos de la multitud de un lado hacia el otro; y cuando esto no sucede, la lluvia se encarga de lo que hace falta.

En realidad creemos que sería muy complicado platicarle al viento las cosas que escuchamos desde más allá de la cordillera, porque la lluvia y todos los demás, excepto nosotros, tienen un lenguaje carente de de vocales y cuyos sonidos nos resultan difíciles de reproducir; así que, como dije antes, nos limitamos a dejar que el aire lánguido del mediodía nos silbe por entre todas las fisuras que nos han dado los años. Claro es que cuantas más tengamos será más sencillo contarle al mundo la inmovilidad de nuestros actos; por eso es importante mantenerse limpio del polvo que pueda taponear nuestra voz.

La abuela dice que incluso hablar de la forma que lo hacemos es inútil porque, en el mejor de los casos, serían los árboles los únicos que podrían comprendernos. Quizás sea por esta inutilidad que la madre naturaleza permitió que nos comieran la lengua los gusanos.

Sin embargo insiste en que esta existencia pasiva no debe ser interpretada, bajo ningún contexto, como sinónimo de tedio y pesadumbre: cualquier día despiertas -como todos los demás- con el sol en la cara y reflejas sus rayos con la pálida calva más blanca que ayer. Te desperezas y, junto con una araña que teje en el hueco de tus ojos, descubres la satisfacción de sentirte útil.

Día segundo.

Sábanas asiáticas (Cuento para no dormir número dos).

Las sábanas asiáticas tienen la peculiaridad de hacerte hablar con el diablo.
Es una curiosidad que sirvan de teléfono para contarle al más siniestro confesor tus pecados.Tal vez las sábanas asiáticas quieran que sigas portándote mal, por eso te comunican con el jefe para que te aplauda. Por eso en las sábanas asiáticas se invierte la gravedad y duermes sobre un espejo plegadizo pegado al techo.
Envolverte en una de estas sábanas es un ritual progresivo del que tal vez no haya vuelta atrás. Consiste en ir perdiendo los dedos de los pies, los tobillos, las rodillas, siguiendo hacia tu cabeza mientras te cubres con la seda espantósamente suave del este.
Hay quienes temen que al cubrir el más alto de sus cabellos vayan a perder la cabeza; pero los que se han perdido en ese hueco transparente de besos y deseos aseguran que una vez que el velo ha cubierto los ojos solo hace falta sumergirse un poco más para hacer que no solo se invierta el sentido de las caídas, sino que la vida cambie del mismo modo que las fotografías cuando miras sus negativos. Dicen que quienes no son suficientemente viejos y están manchados de la nueva ignorancia no entenderían, así que lo explican de una manera más simple: Uno comienza a vivir de noche y dormir de día, haciendo lo cotidiano, pero profundamente dormido y con los ojos abiertos cada vez que no se guiña o parpadea.
"Hay días en los que uno puede hacer todo y días en los que se huye de nada, pero se huye de todas formas", comentó Hiroshi Inokuma, cuando salió cadavérico de abajo del toldo que usaba los fines de semana para cubrir el puesto donde vendía pescado.
"Uno no sabe nunca cuándo cualquier manta pueda convertirse en una sábana asiática; sin embargo hemos observado que pegado a la manta hay un animal que inspira un terror congénito y desmedido que, no obstante atrae de la misma manera en que atraen los pecados más irresistibles..."
"Es realmente cruel que a uno lo descubran de debajo de una sábana asiática; porque entonces dejas de ser el omnipresente dueño de un mundo en el que, si uno aprende a vivir, no se hace más que tu propia voluntad; entonces vuelves con hambre y sed al hueso duro de roer sin el más mínimo sentido de pertenencia, sin noción absoluta de lo bueno y lo malo, de lo posible y lo imposible y totalmente escéptico de que uno puede volar y repetir las escenas para vivirlas de todas las maneras posibles hasta que uno se canse y quiera seguir adelante".
"Lo peor", finaliza Inokuma, "es que las sábanas pueden ser tan duras y gruesas como se quiera, por eso hay que tener cuidado de destender la cama antes de acostarse y buscar, bien vale la pena, durante toda la noche, un alacrán; por eso hay que cuidarse bien de no intentar jamás atravesar una pared para matar una mosca".

lunes, 11 de agosto de 2008

Una semana de insomnio, día primero (un vejestorio incompleto).

La tormenta (Cuento para no dormir número uno).
Entras de noche y la tormenta sigue afuera. Lo sabes porque lo has visto a través de la ventana: sobre tu mano, una gota helada de lluvia.

Detrás de tus pies lentos florecen huellas de lodo. El chasquido mojado de tus pasos te acerca a una luz solitaria y minúscula sobre la mesa, una vela. Te adueñas de la luz como lo haces con el aire que respiras, sin preguntar a nadie si le falta.
Entre la mesa y el techo se alejan las paredes. Se pierden de vista.
Estas cansada de oír la misma cantaleta de la voz de las afueras. Te hace perder los sentidos: arriba, a la derecha... ¿qué? Ahora parece que no existe nada de eso. Estas sola. Tú, tu endeble lucecita y el suelo pegándose a tus pies; riéndose de ti. Lo escuchas y sabes que no irías a ninguna parte si te dejas caer, pues se pondría debajo de tí para atraparte. ¿Debajo? ¿Por dónde se llega a ahí? Digamos solo que se pega a tí, que te atrapa.
No quieres pensar más: todo esto es absurdo. Apagas la vela de un soplido y te alejas caminando a oscuras por tus sueños.
Mientras tus pasos de clic-chac arrullan la noche y la lluvia sigue cantando en el tejado, piensas que en algún lugar lejano, junto a la pared, debe estar la puerta y afuera la tormenta.
Ahora el suelo parece estar en todas partes, debajo, frente a tí... El suelo te envuelve, te golpea la frente a cada paso. ¿Crees que pueda ser una pared? ¿Te imaginas? Si lo fuera, la puerta podría no estar tan lejos.Si por lo menos hubieras conservado la vela...
El mundo está tan cerca que te deja inmóvil, sin aire y sin aliento. Lo piensas de nuevo; no hay remedio. Comienzas a aspirar, frenética, el mundo sin preguntar tampoco a nadie si le falta. Te asfixias y respiras más y más. Engulles luz y arboles por los pulmones, engulles voces, briznas, colores, besos y mares. Por fin sientes el aire en la cara; lo sientes, pálido viento; lo dejas salir, lo cantas y lo lloras: el viento acelerado de húmedas caídas libres durante las noches en que retan a las nubes las cigarras.
Te detienes en seco sobre una mano desconocida. Todo es calma. Al mismo tiempo que cruzas una ventana miras en el interior la mesa y la luz tenue de la vela. Frente a tí, tu cara hecha gigante. Y afuera la tormenta.

jueves, 7 de agosto de 2008

perdí lo más cercano que he tenido a un corazón de metal

Llegaron de la manera más insólita. No eran un reto, estoy seguro. No eran la manifestación de un miedo o la premonición de pasear embarrándonos de nubes el cuerpo, como lo hacen en la tierra las lombrices. Eran más bien la mecánica del cielo, los engranes misteriosos e irreales de las puertas de san pedro.
Cuánta babosada pude haber estilizado... de cuántas formas distintas pude haberme apretado nomás pa que sonara bonito, pero no hubo tiempo. Yo sólo vi culebras en el techo.
Si me hubiera quedado mudo después, habrían sido éstas mis últimas palabras: ya estoy medio pendejo.

martes, 5 de agosto de 2008

Mi paisaje

Mi paisaje ha de ser de plastilina.
Ha de moldearse por las manos de quienes quieran estropearlo, para que no se les antoje.
Deberá tener un oasis lejano y unas cortinas de fuego. Nada bello, nada atractivo. Tendrá que poseer una carga saturada de ansiedad y desesperación. Lo único bueno de mi paisaje seré yo, un punto diminuto que nadie note, un punto pequeño donde no quepa más nadie.
Resumiendo, de un blanco endemoniado ha de ser mi paisaje.