jueves, 17 de septiembre de 2009

La cacería

Amanecí con tu alma en las rodillas, sangrando de tantos nombres, derrumbada a media huída. Tenía los brazos tendidos rumbo a la ventana, por donde huyó el polvo de oro de la tarde anterior. Yo levanté tu alma y la cobijé cuarenta días hasta que se secó por completo. Pienso que se murió tu alma y que le salió el alma por la boca como a nosotros también se nos sale del cuerpo cuando morimos, y se me para de helada la sangre. Este cadáver de alma es peor que una flor marchita, que la carne disecada encima de los huesos y peor aún que un esqueleto quebradizo. Este cadáver de alma es tanto la representación de la muerte definitiva como la representación definitiva de la muerte que no acaba jamás; porque ¿qué si mi alma se encontró en sus rodillas a tu alma herida una mañana? ¿y qué tal si todos los nombres que se sangran hacen sangrar en cada capa hasta el minúsculo infinito?
Ya no quiero guardar yo bajo mis sábanas esta alma muerta. Mi cama no es un cementerío de cacerías interminablemente frustradas, sino el santuario de los sueños. En mi cama puede filtrarse cualquier fantasma de tu recursiva presencia, pero, bajo ninguna circunstancia, permito que se muestre invocación o referencia alguna de la más pequeña de tus muertes. Yo estoy convencido de amarrarme a la muñeca el cadáver mutilado de tu alma y echarlo por la ventana para que me arrastre por el viento, porque a tu alma y a mí nos desfasaron por haberme alguien encontrado culpable de ser la más mala de las malas compañías.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Collares de castigo

... Y sucedió que, habiendo decidido alejarse por completo, fue descubriéndose más fuertemente repelido por los objetos distantes que por los cercanos, hasta que no pudo más que volver a ella, su humilde principio, y dejarse apalstar por los rechazos inconcientes de todo cuanto le rodeaba, en el centro mismo de ella, donde convergían, como él, todos quienes la amaron; donde creaba pactos renuentes la sangre de todos ellos, y más asco se producían y con más ahínco decidían largarse para siempre y más pronto y más brutalmente se descubrían repelidos por la lejanía, incorporándose al violento vaivén que causaban sus ojos, en los que chocaban y se hacían pedazos. Mientras tanto, ella se miraba al espejo, acongojada, y ellos volvían multiplicados a la vida por medio de sus lágrimas.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Lluvia de estrellas

Cuando callaron los zumbidos, el suelo comenzó a cubrirse de cadáveres. Arrancadas por su propio frenetismo, llovieron tantas alas en el otoño de los insectos que, al respirar, entraban en nuestros pulmones memorias translúcidas de vuelos mezcladas con el aire. ¿Cuántas avispas hubo en el avispero? Todas las que hubieron, hay; tapizando el mundo con su veneno dormido.