miércoles, 22 de abril de 2009

Comiéndose el mundo

Mister Monster vomitaba copiosamente la realidad tragada la noche anterior. Se había empeñado en no fantasear con la claridad de la piel de Alma y ahora lo sufría. Hacía un tiempo que se había desacostumbrado a su abrazo ilegítimo, pero aún lograba tener delirios de su proximidad si se esforzaba. Entonces estiraba el cuello, majestuoso, como para ver y ser visto por encima de la multitud.
Podía, si valía la pena, quedarse quieto media hora y esperar, pero ahora ya nada valía la pena. La blancura de Alma se había extraviado en el hambre de otra mujer y se había quedado a habitarle.
Por eso Mister Monster se sacudía esta noche, desesperado, entre las nalgas de dos negras macizas y lloraba en su calidad permanente de cíclope. Mister Monster rosaba con los efectos de su llanto la escencia purasangre de las dos caribeñas, hasta que su espíritu desolado se mudaba de hemisferio y dejaba su nombre sin objeto de honra.
Alma cumplía su palabra respecto a la noche anterior: no se habría de quitar ni una prenda. Se levantó de la silla, le dió un beso a Mister Monster, pagó las putas y se fue con ellas a endulzar con sus faldas la noche.