sábado, 17 de abril de 2010

El génesis

I
Al principio era simple y llanamente la noche. Antes de que fueran las estrellas y antes de que fueran las constelaciones y antes de que existierala conciencia de fraternidad sideral, era sólo la fría, oscura y nublada noche. Polvo en todas partes, volando antes de que existiera el verbo volar y antes del viento a través del cual puede volarse; polvo en la mirada, polvo en todos los huecos, polvo arruinando hasta la invisibilidad de las telarañas, polvo en el alma, como si se hubiera nacido ya viejo, polvo en la piel, sólo y puro polvo había sembrado en el sitio que debía de ocupar el alma... Estaba el polvo regado por todas partes y la llegada de la luz no hizo más que revelarlo. Nacieron con la luz fragmentos brillantes de miedo atados a los trazos fosforescentes que habitan en la mitad de los párpados. Y cuando cansose la noche de ser, se deshizo.

II
En medio de las estrellas y la aridez del desierto el mundo mantiene la simpleza. Nada más complejo que cientos de almas adolescentes habita el aire. Lo surcan veloces, para no toparse las unas con las otras, porque el mundo está empezando, porque se está inventando el espacio y su propósito es ponerlo de por medio tantas veces como sea posible.
Algún automática alma malvada debe estar revisando nuestras palabras a cada momento. Algunas manos despiadadas deben estar tejiendo ya sus nociones primitivas de equilibrio e inventando contrapesos que inmovilicen las intenciones viajeras con las que alimenta la juventud de nuestros tiempos las imaginaciones nuestras.

III
En la apariente quietud que se desprende de la cotidianeidad, las estrellas van y vienen con frecuencia predecible. Hace ya un tiempo que dejaron de existir en secreto y ahora urgen a que se les preste la debida atención. Para hacerlo jalan uno que otro cabello, tocan una que otra sensible costilla, pero no lastiman, aún no lastiman.

IV
Es la modernidad, esto de la era cenozoica. ¿Quién puede decir si los dinosaurios sufrían de amores, si no mi novia la cocodrila? Yo me siento todas las noches en la azotea a mirar las estrellas y rogarles que me conduzcan al pantano de sus fauces, pero las estrellas ya se han vuelto orgullosas y no me respetan por lo que soy, porque no se dan cuenta que también yo existo desde antes. Las estrellas son recordatorios de ciertos pinchazos que, por alguna razón, sacuden el alma.