miércoles, 6 de octubre de 2010

Y creían que era amor

Antes de que cortaran las comunicaciones acostumbraban retozar en la cama, en noches de horas larguísimas en las que saciaban el hambre devorándose la piel. Antes de cortar la comunicación no se engañaban entre ellos todavía, sino sólo a sí mismos, creyéndose de veras que las nubes eran producto de la violencia de su aliento. En noches tales, reafirmaban su condición de cuadrúpedos los muebles de la casa, esbozando la vida en latidos secos y chillidos gatunos que nacían por obra del vaivén de las caderas de ellos.
Antes de revolverlos otra vez el destino en una pasión explosiva y condenatoria, los dejó que anduvieran cada uno por su lado durante década y media. No es que se dejaran llevar por la corriente, porque durante un tiempo lograron resistir las llamadas concupiscentes de sus ojos y el veneno enmielado de sus voces, pero las fuerzas no les duraron demasiado. En medio del éxtasis profundo que ocasionaba su cercanía, marcaron todos los gemidos que salían de sus gargantas con sus nombres e involucraron todos sus poros en el intercambio de algo que desconocían y creían que era amor.
La fiebre pasó a los dos inviernos y los muebles de la casa fueron quedándose mudos sin que ellos lo notaran. Les tomó otros dos inviernos darse cuenta de que estaban condenados, porque se dieron cuenta por medio de la experimentación que sus sudores eran ya uno solo y que todas las noches por venir se sobrepoblaban con un nombre que se ya había vuelto inasible. Todas las noches del mundo, si no eran de ambos, no eran de nadie.

martes, 5 de octubre de 2010

Creo...

Creo que alcancé a ver tu sombra escurrirse bajo la rendija de luz que queda al filo de la puerta. No siento que hubiera forma de alcanzarla porque el tiempo se encogió en el instante y se extendió en el recuerdo. Creo que tus ojos no habrían sido visibles ni aunque los hubiera tenido en frente. Creo que ya ni tus labios podían igualar el tumulto sordo que se desprendía del desasosiego de tus pasos. Creo que no había sonidos y que no había colores. Creo que no eran mis piernas ni mis manos las que estuvieron tan entumidas como para no poder alcanzarte; creo que era el pensamiento, que empezó a congelarse desde entonces.
Creo sinceramente que me quedé a habitar la imagen estática de tu compañía. Creo que, en el mejor de los casos, deambulo cíclicamente en intervalos cortísimos de tiempos que nos pertenecieron a los dos. Creo que soy incapaz de resumirte porque no he terminado contigo. Creo que sigo sin poder capturar la belleza a primera vista.
Creo que me he desprendido de mi equipaje. Creo que he perdido el abrigo y que arriba se desvanece el techo y da lugar al cielo. Creo sentir la brisa que disuelve tu presencia. Creo que estoy clavado al suelo y que esto es la intemperie.