viernes, 16 de diciembre de 2011

La Playa del Borrego

Aquella vez nos estaba cargando La Borrega en la playa de san Blas y, después de que nos salvaron de ahogarnos y nos pidieron que comentáramos sobre nuestra procedencia y el trabajo del salvavidas, nos dio vergüenza decir que eramos de Tepic y dijimos que eramos de Guanajuato y que no habíamos visto nunca el mar y que el susto no había sido tanto porque allá todos sabíamos que la vida no vale nada.

domingo, 4 de diciembre de 2011

La lluvia y todos los demás

Definitivamente no estaba listo para ver llover. Iba pensando en que se le iban las nostalgias de tiempos pasados y ya ni eso era capaz de producir la más mínima chispa de añoranza.
Parecía que la vida se ocupaba de llenar con el presente lo que tanto buscaba en el pasado y ese sentimiento no era cómodo en absoluto, porque perdía entonces la necesidad de recordar. Pero ese día iba caminando, justo mientras caía en la cuenta de que ya casi no se dedicaba a observar las imágenes de tiempos anteriores, se le vino la impresión de la lluvia del verano pasado de manera violenta y encima de todos los sentidos, atacando todos los tiempos verbales que podía conjugar y dejándolo, a pesar de todo, sin la posibilidad de articular palabar ninguna. Abrió la boca para expresar la hermosura del momento, pero no pudo hacer más que respirar una sola vez de manera apresurada y cayó de pronto en la cuenta de que era suspirar lo que estaba haciendo y que las memorias se encadenaban de manera tal que invocaban a la lluvia y que una vez que cayera la primera gota encima de su piel, sería verdaderamente un milagro si pudiera seguir recordando cualquier cosa, porque el vaivén de la sensación de estar viviendo aquí y ahora y allá entonces era tan brusco que daba la impresión de que el tiempo entero podía meterse y resumirse dentro de el instante mismo que estaba viviendo, aunque no pudiera precisar su ubicación. Pero a pesar del color oscuro de las nubes, no cayó ni una sola gota encima de él hasta que llegó al centro mismo del remolino de su pensamiento, donde se ubicaba la justificación auténtica del propósito de su vida, sin velos y sin disfraces, y desde donde se vertía en todos los sentidos las impresiones aleatorias que acababa cada quien por recibir.
Se dió cuenta entonces, justo antes de que tocara la gota de lluvia su antebrazo, que todos los demás existían en tanto él creía que lo hacían, que los recuerdos eran un lugar complicado del espacio y que era voluntario irse a habitar en ellos, pero que si se elegía hacerlo, se adquiría también la imposibilidad de saber que era éso lo que se estaba haciendo. Que cualquier momento era actual, sin importar si había ocurrido ya o si no ocurrría aún. Y que la lluvia no se compone de agua sino de las lágrimas de toda la gente que se sabe incomprendida y que no tienen otra opción, sino subir y bajar indefinidamente hasta el fin del ciclo del agua, porque la estupidez no es un síntoma que pueda curarse y la falta de entendimiento no se acaba mientras existan conciencias distintas.

lunes, 28 de noviembre de 2011

La liebre y la tortuga.

Cuando me enseñaron la fábula de la liebre y la tortuga no me dijeron cuál era la moraleja. siempre pensé que se enfocaba en la deshonestidad de la tortuga, en la competencia desleal, en la alevosía... ahora me entero que se trata de algo más cotidiano: el respeto al sueño de cualquiera (putos zancudos: lean y aprendan).

jueves, 10 de noviembre de 2011

Dicotomías de esencia.

De moverse hacia donde aumente la comodidad ha de consistir la vida, desde que empieza hasta que termina. De aguantarse la vejez hasta que deje de ser su incomodidad tolerable, ha de tratarse la muerte.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Las aguas preciosas.

El amor comenzó y terminó la vez en que fueron a nadar juntos a la playa donde se descubrió la suerte en su estado más pobre: una variedad de perlas que habitaban dentro de las conchas fosforescentes que se ocultaban en las raíces del arrecife. Los que poblaban los alrededores ignoraban todavía que las aguas eran engañosas a causa de las perlas que eran en efecto una expresión pobre del placer, pero las consumían y opinaban que era la expresión máxima de éste porque no sabían mentir, y también porque las habían extraído de escasa profundidad.

Aquél día salió ella del agua porque le había sobrado ya algo de sol en la piel y decidó él quedarse porque comenzaba a sentir en los pies el cosquilleo insólito de los agrados que existen sólo en la imaginación de los hombres, pero que venía de una corriente imprevista que ascendía desde el fondo del arrecife. Fue así que mientras ella salía batiendo las piernas por encima del agua, se confundió él con la manera de alcanzar la satisfacción a la que le urgían sus entrañas y en vez de nadar a toda prisa y encontrarla en la orilla, saliendo apenas, le dió por sumergirse sin pensarlo ni media vez, y empezó a sentir la fosforescencia que emanaba el interior de las conchas que poblaban la región donde se une el incipiente talud con la sabrosura de la vida, en el vértice donde convergen las corrientes, las ideas, los deseos y la espuma; ahí de donde son originarios los sueños.

Y ocurrió que comenzó a hallar el delirio multisensorial al hundirse en las aguas perfumadas de la bahía y no pensó nunca en detener la inmersión. El placer parecía entrar por efecto de la presión en sus poros y cada brazada lo aumentaba y cada brazada disminúia a su vez la cantidad de oxígeno que quedaba dentro de sus venas, pero la diferencia de las intensidades de los placeres ganados y perdidos seguía siendo todavía mucho más que nada. Y así, por lo tanto, siguió sumergiéndose en las aguas engañosas de la bahía que se nutrían de las mentes de los que habían perdido ahí la vida, a manos de la belleza estúpidamente creciente de un agua que comenzó siendo por azares de la creación, siendo simple e increíblemente translúcida y con tonos ligeramente añiles se fue destiñendo de color, pero ganando luminiscencia desde el día en que un pez tonto se ensartó un pedazo de coral en el ojo, y desde entonces nació -aunque tonta- la inteligencia y no hizo más que crecer a base del buen gusto que tenían las aguas de la bahía. Ellas lo sabían: ella volvería nadando a buscarlo.

martes, 8 de noviembre de 2011

Divergencias.

-...es que hay cosas que hacen daño y no duelen... - No seas pendejo -le interrumpió.
-Y hay cosas que duelen y no hacen daño -quiso terminar, pero a mitad de la palabra 'hacen' le interrumpió de nuevo y por última vez con dos chingadazos.
-No seas puto -le dijo- y se fue.

viernes, 21 de octubre de 2011

Horizontal.

Las superficies horizontales son una tentación irresistible. Siempre están invitándonos a iniciar el desorden. Siempre están recordándonos que, a fin de cuentas, ahí es donde terminan las cosas.

martes, 26 de abril de 2011

Dueña del paisaje

Sentada al borde del estanque era dueña de todo lo que miraba. Fue así como supo él que lo había mirado aunque fuera un momento y sin prestarle atención. Parecía que era ella la única capaz de mirar en todo el mundo, y miraba además dentro de él... Tenía ella alguna característica que hacía recaer en sus hombros la atención de todos sus alrededores.
Nunca se sintió una protagonista. De hecho en el momento mismo en el que se cruzaron sus miradas, pensaba ella que era sólo parte del paisaje que miraba él y no tardó en desenfocarse a causa de la inexplicable vergüenza, ignorante de que marcaba con hirviente profundidad todo lo que miraba, de que el paisaje le pertenecía como consecuencia de esta rara propiedad y de que tenía ya cuanto podría llegar a querer por el hecho solo de estar sentada y con los ojos abiertos ahí, solita al borde del estanque.

martes, 12 de abril de 2011

y otra vez...

De practiquísima y ecológica escuela, Maruja daba por sentado sin dar lugar a objeciones que, si bien podrían ser ciertos los consuelos del tipo "no, Maru... ese imbécil no merece tus lágrimas" que le ofrecían sus sus amigas, una vez derramadas éstas, el menor de los errores consecutivos era no ir directamente a buscar un imbécil nuevo. Consecuentemente, se defendía, según su propia impresión, con solemnidad ortodoxa: 'Reciclar es enamorarse otra vez de la misma persona'...

sábado, 19 de febrero de 2011

Y nos reíamos.

El elixir no tenía materia. Pasaba por nosotros con la mayor ligereza, tan veloz como los recuerdos a los que no atribuimos importancia alguna. Pero estaba en todas partes, el elixir. Me parece que sabíamos todos de dónde venía, pero nos negábamos a comentarlo por miedo a que alterara su curso. Me parece que en realidad no sabíamos nada.
Estaba en todas partes, eso sí; pero entonces no podíamos notarlo con claridad. ¿Cuántas cosas hay que están en todas partes? Son incontables -decíamos y seguimos diciendo- y proponíamos variados candidatos: que las piedras, que el aire, que los corazones, que las presencias...
Sufríamos la huella atroz del presente. Estabamos mirando changos con trinchete y nos importaba poco porque no tenían materia, como el elixir... Alguna propiedad misteriosa ha de tener ese elixir, además de la extraordinaria excepcionalidad de no tener materia, que hace daño y provoca risas.