Tú, agujero negro, me llamas,
me sangras a la distancia,
pero no me tragas.
Yo camino hacia tu cuello,
te miro y me detengo.
Doy media vuelta, orbito.
Voy a tí, atrás, a mí,
de nuevo a tí y me quedo
en el filo de tu sombra.
Rehúso dejarme expulsar,
de la marea cálida y violenta
de tus laberintos acolchados.
Lo que yo quiero es extraviarme
en los vaivenes sincopados
de tu alma de sirena moribunda,
en los rincones oscuros de tu sangre,
saturar de mí cualquier instante
que se ligue a tu presencia y no parar,
desoír el veneno de los días
que me ordenan despreciar tu hambre
que me tiene y no me come.
Lo que yo quiero es dejar de sospechar
que tus cuchillos y tus huecos
no producen un gramo de belleza.
Lo que yo quiero es olvidarme
de que, en verdad,
no eres para tanto.
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