domingo, 19 de octubre de 2008

Del silencio y sus galopes

Aquel corazón, de tanto estar solo, se olvidó de latir con regularidad y tuvo que reaprenderlo en cada abrazo. Era natural que temiera por su vida, sobre todo en sueños, cuando no podía vigilarse y hacía, sin querer, lo que quería. Entonces se olvidaba de toda responsabilidad, se hundía en alcohol que no fuera destilado de caña, porque eso, decía, le hacía daño. Toda una calamidad, porque el charanda, sobre todo la edición de colección número uno, le empalagaba.
¿A quién chingados va a interesarle un corazón que confunde sus latidos con los sonidos del exterior? Pues bien: como un buen estratega de ventas -lo cual era desde hacía varios años- se promocionaba como un corazón adaptable a las exigencias del mercado, capaz de someterse a cualquier ritmo y de soportar doscientos latidos por minuto aún sin actividad corporal.
El caso es que un día volvió a compartir el sueño con otro de su especie y se hartó. Concluyó que el mundo era una mierda y se dejó de pendejadas. Todo el teatro se cayó y lo que era de verdad, siguió siendo verdadero, con la misma sal que tenía antes, el mismo sabor y la misma consistencia, con la misma humedad. Aún a riesgo de ser fatal y a punto de mandar todo a la verga le dió por apoyar un maratón. Ese día le dolieron los huesos, pero estaba tan cansado que decidió que cogerse a la muerte esa noche era un error que no podía permitirse cometer. -Preciosa, espera a mañana, que con el sol vienen el día y sus sorpresas y a lo mejor hasta tú dejas de acosarme y te vas a chingar a otra parte.
Al corazón valiente, al bravucón desenfrenado, dictador por excelencia, no se le escuchó jamás otra palabra.

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