jueves, 6 de noviembre de 2008

Y se fue por ahí, por la vereda.

Bajó de la sierra. Se entretuvo un tiempo con los perros, les dió de comer y se echó a dormir la siesta como si fuera uno de ellos.
Era un hombre extraño, decía don José. Vestía como si hubiera sacado sus ropas de debajo de una nopalera, y como nosotros estamos enmedio de la sierra supongo que no era este su destino final.
Le dió de comer a Kernel, qué cabrón. A Kernel, que una vez me atacó y tuve que espantarlo con la mochila. Cómo me habría gustado matarlo. Creo que este rencor me viene desde hace ya varios años, cuando me mordió por primera vez un perro y quise matarlo y en vez de eso tuve que alimentarlo por miedo a la vacuna contra la rabia.
Era un hombre extraño. Se quedó un rato con los perros. Bajó de la sierra, les dió de comer a los perros, se durmió con ellos y después siguió su camino.
Así de insípido como suena, así de sin chiste, en aquel momento, era una anécdota genial: la de un hombre que viene de lejos, hace algo que nadie entiende y nadie vuelve a verlo después. Así como uno siempre quisiera ser, así era ese hombre extraño, que se bajó de la sierra y por la sierra siguió.

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