jueves, 6 de noviembre de 2008

mi venus de milo

A ella le gustaba estar callada. Disfrutar callada, pensar en silencio, besar sin decir nada. Era como una estatua que se mueve por todas partes pero no deja de ser estatua en los labios.
Un día le convencí de que el parque que habitaba no era el mejor lugar para pasar la noche y la llevé a mi cama. Ese día los sonidos de toda la historia habitaron en mi cuarto. Sólo para nosotros, en mi recámara, tembló la litósfera y comenzó a cuartearse su cuerpo. De debajo de su piel de piedra le salieron las primeras palabras: una maravilla inédita ante la la cual uno no está bien seguro de qué hacer. Tanto podría uno reír como morirse en ese mismo momento.

1 comentario:

Natali H dijo...

por qué no ambas? reír y después morirse ...
nos vemos sobis