miércoles, 13 de agosto de 2008

Día segundo.

Sábanas asiáticas (Cuento para no dormir número dos).

Las sábanas asiáticas tienen la peculiaridad de hacerte hablar con el diablo.
Es una curiosidad que sirvan de teléfono para contarle al más siniestro confesor tus pecados.Tal vez las sábanas asiáticas quieran que sigas portándote mal, por eso te comunican con el jefe para que te aplauda. Por eso en las sábanas asiáticas se invierte la gravedad y duermes sobre un espejo plegadizo pegado al techo.
Envolverte en una de estas sábanas es un ritual progresivo del que tal vez no haya vuelta atrás. Consiste en ir perdiendo los dedos de los pies, los tobillos, las rodillas, siguiendo hacia tu cabeza mientras te cubres con la seda espantósamente suave del este.
Hay quienes temen que al cubrir el más alto de sus cabellos vayan a perder la cabeza; pero los que se han perdido en ese hueco transparente de besos y deseos aseguran que una vez que el velo ha cubierto los ojos solo hace falta sumergirse un poco más para hacer que no solo se invierta el sentido de las caídas, sino que la vida cambie del mismo modo que las fotografías cuando miras sus negativos. Dicen que quienes no son suficientemente viejos y están manchados de la nueva ignorancia no entenderían, así que lo explican de una manera más simple: Uno comienza a vivir de noche y dormir de día, haciendo lo cotidiano, pero profundamente dormido y con los ojos abiertos cada vez que no se guiña o parpadea.
"Hay días en los que uno puede hacer todo y días en los que se huye de nada, pero se huye de todas formas", comentó Hiroshi Inokuma, cuando salió cadavérico de abajo del toldo que usaba los fines de semana para cubrir el puesto donde vendía pescado.
"Uno no sabe nunca cuándo cualquier manta pueda convertirse en una sábana asiática; sin embargo hemos observado que pegado a la manta hay un animal que inspira un terror congénito y desmedido que, no obstante atrae de la misma manera en que atraen los pecados más irresistibles..."
"Es realmente cruel que a uno lo descubran de debajo de una sábana asiática; porque entonces dejas de ser el omnipresente dueño de un mundo en el que, si uno aprende a vivir, no se hace más que tu propia voluntad; entonces vuelves con hambre y sed al hueso duro de roer sin el más mínimo sentido de pertenencia, sin noción absoluta de lo bueno y lo malo, de lo posible y lo imposible y totalmente escéptico de que uno puede volar y repetir las escenas para vivirlas de todas las maneras posibles hasta que uno se canse y quiera seguir adelante".
"Lo peor", finaliza Inokuma, "es que las sábanas pueden ser tan duras y gruesas como se quiera, por eso hay que tener cuidado de destender la cama antes de acostarse y buscar, bien vale la pena, durante toda la noche, un alacrán; por eso hay que cuidarse bien de no intentar jamás atravesar una pared para matar una mosca".

1 comentario:

DISTOPIAS dijo...

Pese a lo amenazador que pueden sonar algunas ideas en tu texto… creo que a mí de vez en vez, me gustaría estar bajo una sabana asiática. Y ver un poco de realidad.