miércoles, 13 de agosto de 2008

Día tercero

La soledad de la abuela (Cuento para no dormir número tres)

Detrás de una arboleda fresca de mangos, más allá de la cordillera, vive escondido mi pueblo. No puede decirse que se encuentra porque en realidad nadie lo ha encontrado jamás, y los que vivimos aquí pensamos que no hay nada más que voces detrás de la cordillera.

Nunca hemos bautizado nada. Son las aves y las olas quienes nos han enseñado a cantar los nombres de las cosas y nosotros repetimos su canto de la manera más fiel que podemos. Nos levantamos con el sol en la cara y, a partir de entonces, no hace falta abrir la boca para hablar, porque la mayoría de las veces el viento lleva los sonidos de la multitud de un lado hacia el otro; y cuando esto no sucede, la lluvia se encarga de lo que hace falta.

En realidad creemos que sería muy complicado platicarle al viento las cosas que escuchamos desde más allá de la cordillera, porque la lluvia y todos los demás, excepto nosotros, tienen un lenguaje carente de de vocales y cuyos sonidos nos resultan difíciles de reproducir; así que, como dije antes, nos limitamos a dejar que el aire lánguido del mediodía nos silbe por entre todas las fisuras que nos han dado los años. Claro es que cuantas más tengamos será más sencillo contarle al mundo la inmovilidad de nuestros actos; por eso es importante mantenerse limpio del polvo que pueda taponear nuestra voz.

La abuela dice que incluso hablar de la forma que lo hacemos es inútil porque, en el mejor de los casos, serían los árboles los únicos que podrían comprendernos. Quizás sea por esta inutilidad que la madre naturaleza permitió que nos comieran la lengua los gusanos.

Sin embargo insiste en que esta existencia pasiva no debe ser interpretada, bajo ningún contexto, como sinónimo de tedio y pesadumbre: cualquier día despiertas -como todos los demás- con el sol en la cara y reflejas sus rayos con la pálida calva más blanca que ayer. Te desperezas y, junto con una araña que teje en el hueco de tus ojos, descubres la satisfacción de sentirte útil.

1 comentario:

DISTOPIAS dijo...

Tú lo has dicho. Después de todo son los pájaros, las olas y la tierra quien nos enseña a hablar. :o)