lunes, 25 de agosto de 2008
La lluvia es el cielo desmoronándose
Algún día tendré que pararme a fundirme como una vela en la arena, a imaginar que me traga el cielo como el mar, a enarenarme y quitarme la herrumbre, a dejar que me erosione el viento la piel, que me convierta en charco y polvo y volar y recordarlo entonces todo. Algún día, cuando acabe de llover, cuando termine de quitarme el fango de los pies, cuando detrás de mí florezcan mis huellas otra vez, iré. Algún día, siempre de los que no han llegado aún... porque yo, como la lluvia, no puedo ir para atrás. Yo esclavo del tiempo. Yo, incapaz de mirar hacia atrás con una sonrisa, volteo al cielo y, desde aquí, bajito como soy, lo hago llover; me uno a la lluvia con una lágrima por cada fuga de recuerdos, lluevo con él; me uno a la lluvia con su murmullo de meterse entre las hojas y golpear el suelo después; con el viento que la ondula y es, aunque no lo creas, un suspiro mío. Yo me olvido del viento y de las huellas y la herrumbre y me hago uno con las gotas hasta que deje de llover.
domingo, 24 de agosto de 2008
ElLord, elRorro, elTavo, elOctavio y la puchonez de la segunda vuelta.
El caso es que la entrada de este día es, en el mejor de los casos, temporal, por no decir una gazmoñería que recuerda no se si más a la gallina ciega o al teléfono descompuesto y, temporal o no, no ha de ser tomada en serio todavía. Habrá sido una mezcla de ambos juegos, porque en una de esas pedaceras bíblicas, como dice French, nos sentamos a recrearnos, un poco más peluditos -todos menos yo- que antaño, y es este el resultado incoherente -pero soberbio- de una noche más de pendejadas sin ataduras, de sinvergüenzadas de lenguas largas y risas estrepitosas.
terminó la oscuridad.
En ese momento sólo sentía la inmensidad
que volvía a raspar la ya lastimada piel.
Ella quería más,
pero ya era imposible,
inextasiable.
Su cuerpo agonizaba de placer.
Con cada latido se diluían
los golpes y los gritos
en los charcos de sudor.
Dormí.
Desperté con aliento a sexo
y vomité.
Creo que la volveré a buscar.
No se por qué.
domingo, 17 de agosto de 2008
Día séptimo.
Despierta (Cuento para no dormir número siete).
Ya hace un buen rato que decidiste no hacer caso del ruido del despertador. Fue el hambre lo que te levantó. Caminaste hacia la cocina dando tumbos por las paredes del corredor. Delante de tus pestañas corre despavorido el recuerdo del sueño que acaba de esfumarse. Incapaz de cazarlo te mojas la cara y comienzas la liturgia del aseo diario.
"Despierta, Maru" es lo único que logras recuperar de la maraña de sueños que tuviste. Te parece como si hubieras soñado una semana completa.Poco a poco algunas cosas comienzan a volver, como desvelándose de la niebla que rodea la cena del día anterior.
Lo dijo como si de veras lo supiera: "No conviene que uno ande por ahí viviendo las vidas que no nos pertenecen".
Algunos relámpagos de omnipotencia se hacen lejanos. Hay destellos de colores inéditos que se niegan a volver, historias tan hermosas que no pueden quedarse en un solo lugar.
Tantas cosas hay, que deseas que pudieras reencarnar o que de verdad las sábanas asiáticas existieran. Tantas cosas y uno fuera del mejor de los mundos posibles.
La cafetera ya suelta los vapores que te invitan a mamarle la vigilia. En una taza que no es la de siempre, te sirves, somnolienta. Te dejas caer en el sillón de la sala, tan suave como es posible para no derramar el café, y sin embargo, partículas de sueño vuelan por el aire como polvo, como si te las hubieras sacudido de encima de un sentón. "Parecen estrellas", decías cuando tenías cinco años y saltabas para alcanzarlas y abrías la mano después para mirar. Alejadas del rayo de luz de la ventana, desaparecían todas, como los sueños de anoche. Aprovechando que no es polvo sino sueños, saltas otra vez, como hace quince años y te agitas y sigues, y tiras una taza y paras. Ésa es: la taza de siempre hecha pedazos. Magnífica mañana: se esfuman los sueños y tu cacería te rompe un recuerdo, te quita una costumbre. Realmente no puede pedirse nada más, Maru, pero mira cómo nos saturan el aire de sorpresas, mira cómo aún no ha terminado. En las patas de la mesita, junto a los trozos de taza azul, un charco de té frío te revuelve la cabeza.
-¡Pero si es la taza del sueño de anoche! ¡Pero si no la usé ayer! ¡Pero si hace una semana que no hago té!
Realmente parece que hubieras dormido una semana.
-¿Qué recuerdas, Maru? ¿Qué es lo último que recuerdas? ¿Estarás condenada a recordar irrealidades, a no saber donde estás parada? ¿Será por eso que te prohibieron estarte quieta, no fuera a ser que encontraras un mundo donde quisieras quedarte?
Maldita voz de las afueras, se ha escapado de tus sueños. ¿Y si, quizá, no fueran estrellas y no fueran pedazos de sueños lo que intentaste atrapar? ¿Y si en verdad no confundiste sino enmarañaste las historias y te quedaste a vivir vidas que no te pertenecen? ¿Y si el calorcillo que sientes no es obra del café?
Te levantas la playera y descubres una perla durmiendo blanca y plácida en tu ombligo. Se transforma en escalofrío la belleza y comienza a evaporarse la sala a tu alrededor.
¿Cuántas veces buscaste en los conjuros de la noche la noción de un mundo que merece ser contado?
Si no hubieras cogido un demonio, si no estuvieras de nuevo rodeada de niebla con el mundo sublimándose a tus pies, la amargura de encontrarlo sólo en sueños, te convencería por fin de que has despertado.
Día sexto.
Sermón para quedarse en el país de los sueños (Cuento para no dormir número seis).
-Sigue siendo la costumbre que los muertos se queden bajo tierra. No tengas miedo, Maru: hay tantas habitaciones que siempre se puede correr de un sitio a otro para esconderse de lo que sea. Aprenderás que aún las apariciones, que te amenazan calladas por detrás y presumen dormir bajo tu cama, están en realidad bien lejos.
La niebla que nos rodea está cargada de burbujas blancas relucientes de demonios, de terrores encapsulados que buscan tu calor para hacerlo suyo, para metérselo en los huesos y evaporarte las lágrimas después, para dejarte inmóvil, para borrarte el futuro. Si te tocara la niebla, Maru, si te quedaras quieta porque un demonio se prende a tu cintura y te roba el calor, se iría marchitando mi voz y empezarían a rajarse las venas del tiempo. Si te quedaras quieta, Maru, el mundo entero sería silencio.
Bebe un poco más y vámonos a dormir ya, que el aire se está enrareciendo. Ha de ser la niebla que se ha vuelto más densa en los últimos días. Vámonos ya y sueña otra vez con el sol y la arboleda que oculta a tu pueblo, vuela y aliméntame, deja que te lleve el viento a un lago cristalino y dame de beber, vaga, imagina que forcejeas con la luna y congelas otro atardecer... Imagina, pues se gestan en tus sueños mis palabras.
Antes de que te acuestes déjame recordarte algo: te quiero. Ya se que te lo digo todas las noches, pero no quiero que vayas a olvidarlo. Cuando te levantes, llámame. No vayas a irte lejos, Marú, que a lo mejor es esta niebla lo único que queda alrededor y no quiero que me dejes sola. Vamos a quedarnos aquí y no vamos a dejar que nos trague. Tendremos que volarla lejos con la fuerza de los rayos del sol de nuestros sueños. En un parpadeo pesado y delirante soplarán nuestras pestañas un viento de libertad, un espacio hueco donde pueda meterse lo que sea y lo que sea pueda pasar, porque los demonios aman el silencio y la quietud y temen a los horizontes amplios y al mar abierto, y la luz de nuestros ojos no tiene ataduras y nuestros sueños son chisporroteantes e intensos.
Vete ya y que no se te ocurra enmarañar los cuentos que se cuelgan de la noche. Si los escucharas, Maru, más valdría morirse. Querrías quedarte en ellos, en uno y después otro; y los cuentos no son caramelos, Maru. Hay tantas cosas ahí que a una la dejan pálida de susto o llorando amores perdidos que nunca conocimos. Te digo que uno no debe andar por ahí viviendo las vidas que no nos pertenecen o no existen. Las historias más bellas anidan de noche detrás de los párpados y es ahí donde deben quedarse. Desvelarlas sería como irse allá afuera, donde la niebla y sus tentáculos cogen, aprietan y destrozan, donde se convierte la gente en terror y el mundo va haciéndose piedra.
Ha sido ya suficiente por hoy, Maru, deja eso y ve directo a la cama. El té lo terminas mañana.
sábado, 16 de agosto de 2008
Día quinto
El final (Cuento para no dormir número cinco)
jueves, 14 de agosto de 2008
Día cuarto.
Cuento para dormir cuatro mil borregos (Cuento para no dormir número cuatro).
miércoles, 13 de agosto de 2008
Día tercero
La soledad de la abuela (Cuento para no dormir número tres)
Detrás de una arboleda fresca de mangos, más allá de la cordillera, vive escondido mi pueblo. No puede decirse que se encuentra porque en realidad nadie lo ha encontrado jamás, y los que vivimos aquí pensamos que no hay nada más que voces detrás de la cordillera.
Nunca hemos bautizado nada. Son las aves y las olas quienes nos han enseñado a cantar los nombres de las cosas y nosotros repetimos su canto de la manera más fiel que podemos. Nos levantamos con el sol en la cara y, a partir de entonces, no hace falta abrir la boca para hablar, porque la mayoría de las veces el viento lleva los sonidos de la multitud de un lado hacia el otro; y cuando esto no sucede, la lluvia se encarga de lo que hace falta.
En realidad creemos que sería muy complicado platicarle al viento las cosas que escuchamos desde más allá de la cordillera, porque la lluvia y todos los demás, excepto nosotros, tienen un lenguaje carente de de vocales y cuyos sonidos nos resultan difíciles de reproducir; así que, como dije antes, nos limitamos a dejar que el aire lánguido del mediodía nos silbe por entre todas las fisuras que nos han dado los años. Claro es que cuantas más tengamos será más sencillo contarle al mundo la inmovilidad de nuestros actos; por eso es importante mantenerse limpio del polvo que pueda taponear nuestra voz.
La abuela dice que incluso hablar de la forma que lo hacemos es inútil porque, en el mejor de los casos, serían los árboles los únicos que podrían comprendernos. Quizás sea por esta inutilidad que la madre naturaleza permitió que nos comieran la lengua los gusanos.
Sin embargo insiste en que esta existencia pasiva no debe ser interpretada, bajo ningún contexto, como sinónimo de tedio y pesadumbre: cualquier día despiertas -como todos los demás- con el sol en la cara y reflejas sus rayos con la pálida calva más blanca que ayer. Te desperezas y, junto con una araña que teje en el hueco de tus ojos, descubres la satisfacción de sentirte útil.
Día segundo.
Sábanas asiáticas (Cuento para no dormir número dos).
lunes, 11 de agosto de 2008
Una semana de insomnio, día primero (un vejestorio incompleto).
Entras de noche y la tormenta sigue afuera. Lo sabes porque lo has visto a través de la ventana: sobre tu mano, una gota helada de lluvia.
Detrás de tus pies lentos florecen huellas de lodo. El chasquido mojado de tus pasos te acerca a una luz solitaria y minúscula sobre la mesa, una vela. Te adueñas de la luz como lo haces con el aire que respiras, sin preguntar a nadie si le falta.
Entre la mesa y el techo se alejan las paredes. Se pierden de vista.
Estas cansada de oír la misma cantaleta de la voz de las afueras. Te hace perder los sentidos: arriba, a la derecha... ¿qué? Ahora parece que no existe nada de eso. Estas sola. Tú, tu endeble lucecita y el suelo pegándose a tus pies; riéndose de ti. Lo escuchas y sabes que no irías a ninguna parte si te dejas caer, pues se pondría debajo de tí para atraparte. ¿Debajo? ¿Por dónde se llega a ahí? Digamos solo que se pega a tí, que te atrapa.
No quieres pensar más: todo esto es absurdo. Apagas la vela de un soplido y te alejas caminando a oscuras por tus sueños.
Mientras tus pasos de clic-chac arrullan la noche y la lluvia sigue cantando en el tejado, piensas que en algún lugar lejano, junto a la pared, debe estar la puerta y afuera la tormenta.
Ahora el suelo parece estar en todas partes, debajo, frente a tí... El suelo te envuelve, te golpea la frente a cada paso. ¿Crees que pueda ser una pared? ¿Te imaginas? Si lo fuera, la puerta podría no estar tan lejos.Si por lo menos hubieras conservado la vela...
El mundo está tan cerca que te deja inmóvil, sin aire y sin aliento. Lo piensas de nuevo; no hay remedio. Comienzas a aspirar, frenética, el mundo sin preguntar tampoco a nadie si le falta. Te asfixias y respiras más y más. Engulles luz y arboles por los pulmones, engulles voces, briznas, colores, besos y mares. Por fin sientes el aire en la cara; lo sientes, pálido viento; lo dejas salir, lo cantas y lo lloras: el viento acelerado de húmedas caídas libres durante las noches en que retan a las nubes las cigarras.
Te detienes en seco sobre una mano desconocida. Todo es calma. Al mismo tiempo que cruzas una ventana miras en el interior la mesa y la luz tenue de la vela. Frente a tí, tu cara hecha gigante. Y afuera la tormenta.
jueves, 7 de agosto de 2008
perdí lo más cercano que he tenido a un corazón de metal
Cuánta babosada pude haber estilizado... de cuántas formas distintas pude haberme apretado nomás pa que sonara bonito, pero no hubo tiempo. Yo sólo vi culebras en el techo.
Si me hubiera quedado mudo después, habrían sido éstas mis últimas palabras: ya estoy medio pendejo.
martes, 5 de agosto de 2008
Mi paisaje
Ha de moldearse por las manos de quienes quieran estropearlo, para que no se les antoje.
Deberá tener un oasis lejano y unas cortinas de fuego. Nada bello, nada atractivo. Tendrá que poseer una carga saturada de ansiedad y desesperación. Lo único bueno de mi paisaje seré yo, un punto diminuto que nadie note, un punto pequeño donde no quepa más nadie.
Resumiendo, de un blanco endemoniado ha de ser mi paisaje.